LO RECONOCIERON AL PARTIR EL PAN

Domingo 3° pascua





8 mayo 2011


Dos discípulos de Jesús iban camino de Emaús comentando lo que había sucedido en Jerusalén. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar con ellos. Pero no se daban cuenta de que era Jesús. El les preguntó: - ¿Qué vienen comentando por el camino? Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: - ¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días! Jesús les dijo: - ¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era acaso necesario que el Mesías soportara todos esos sufrimientos para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando por todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que a él se refería. Cuando llegaron cerca del pueblo donde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: - Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba. El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición. Luego se lo partió y se lo dio. Entonces los discípulos lo reconocieron. Pero Jesús desapareció de su vista. (Lc 24, 13-35).

A los discípulos les costó creer en la resurrección de Jesús, antes y después de que sucediera. A Tomás le costó tanto, que no creyó hasta tocar a Cristo resucitado; y los discípulos de Emaús lo reconocieron solamente cuando les partió y les dio el pan, como lo había hecho en la Última Cena. Pedro y Juan no creyeron hasta que vieron el sepulcro vacío, y María Magdalena creyó cuando Jesús en persona la llamó por su nombre.


¿Y nosotros? Nos resulta fácil creer en la resurrección de Jesús como acontecimiento histórico. Creer en nuestra propia resurrección ya nos cuesta más. Pero sobre todo nos cuesta creer en el mismo Jesús resucitado, hermano y compañero cotidiano de camino en nuestra vida y en la ajena, en la Iglesia y en la historia. ¡Qué duros de entendimiento y de corazón para creer al Evangelio en el que nos habla el mismo Jesús resucitado!

Es imprescindible acoger al Resucitado como fundamento único y esencial de nuestra fe cristiana. Sin Cristo resucitado presente, reconocido y amado, la fe no tiene fundamento creíble ni sentido. Y los sacramentos, tampoco, pues sólo son reales y eficaces por la acción directa de Jesús vivo y presente en ellos.

Creer no es sólo aceptar teóricamente una verdad o un misterio, porque así creen también los demonios, y no les sirve de nada. Creer, en el sentido bíblico, evangélico y real, es saber que Jesús vivo nos acompaña, y vivir una relación personal de amistad sincera con él, vivo y presente en nuestra vida, en nuestras tareas y descanso, en nuestro sufrimiento y alegría, en los días de gracia y en los de pecado.

Sólo creyendo en Jesús resucitado presente


obtendremos el perdón y la fuerza contra el mal. Él mismo

convertirá nuestra muerte en puerta de la resurrección.



Por la fe verdadera Cristo entra en nuestros proyectos y decisiones, en nuestros deseos y sentimientos, en nuestras relaciones y gustos, en nuestras penas y gozos; en nuestras luchas, trabajos, dudas, tentaciones, éxitos, fracasos..., en la vida y en la muerte, de la cual nos resucita.


Por tanto, lo decisivo es abrirse a Cristo resucitado presente, acogerlo en la vida diaria, reconocerlo al escuchar su Palabra, al partir y tomar el Pan en la Eucaristía, y en el prójimo necesitado, en su Palabra: los 3 lugares privilegiados de su presencia resucitada y salvadora.


Y que nos dejemos encontrar por él, que nos busca más que nosotros a él: Estoy a la puerta llamando; si alguien me abre, entraré y comeremos juntos”. “Estoy con ustedes todos los días”. Ése es el camino real de la resurrección y de la gloria eterna a la que aspiramos desde lo más profundo de nuestro ser. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.


La tarea primordial y fundamental de la vida cristiana consiste en cultivar y vivir constantemente la fe en Cristo Jesús resucitado presente.


Insistamos a Jesús para que se quede con nosotros, empezando nosotros por lo que de nosotros depende: abrirnos a él, a su presencia, dirigiéndole la palabra, escuchándolo, adorándolo, amándolo.




P.J.