SAN PEDRO TE ESCRIBE

Rescatados por la preciosa sangre de Cristo









Queridos hermanos: Ya que ustedes llaman Padre a aquel que, sin hacer acepción de personas, juzga a cada uno según sus obras, vivan en el temor mientras están de paso en este mundo. Ustedes saben que «fueron rescatados» de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios. (1Pe 1, 17-21)

Cuando invocamos a Dios como Padre, no podemos en absoluto percibirlo como un “padrazo bonachón”, al que todo le da igual y que no le importa si cumplimos su divina voluntad o nuestra voluntad egoísta, y que al fin tratará por igual a mártires y verdugos.

En Dios se encuentran misteriosamente los contrarios: es Padre infinitamente bueno, pero también juez justo, insobornable, que tratará a cada cual según sus obras. Ningún padre es bueno si trata por igual, sin más, al hijo que sufre vejaciones y al hijo que atormenta a sus hermanos.

El temor de Dios no es temor a Dios, sino temor a traicionar su amor y a que se enfríe el nuestro hacia él y hacia el prójimo, poniéndonos en el riesgo de la infelicidad eterna, que es ausencia del amor de Dios y a Dios, y falta del amor del prójimo y al prójimo.



La muerte y resurrección de Jesús son un misterio del amor de Dios hacia nosotros; el camino abierto por él hacia la Casa del Padre, siempre que valoremos y agradezcamos ese máximo don de su amor, y asumamos el compromiso de prestar a nuestros hermanos la ayuda del testimonio, de la oración, del sufrimiento reparador, y así alcancen con nosotros el paraíso eterno que nos tiene preparado.


P.J.