SAN PABLO TE ESCRIBE

Por la muerte a la gloria de la Resurrección


Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contra-rio, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor». Jesús esconde su condición divina bajo la condición humana para rescatar al hombre de su condición pecadora mediante la fidelidad amorosa al Padre en la humillación, el sufrimiento y la muerte, que le abren el camino de la resurrección y la glorificación. (Flp 2,6-11).

El Padre no planificó la pasión y la muerte de Jesús, su Hijo. Como tampoco maquinó la muerte de Abel a manos de Caín. Ni siquiera en el peor de los padres humanos es justificable y admisible tanta crueldad contra un hijo.


La muerte de Jesús fue voluntad de hombres perversos. El Padre opuso su plan de amor y resurrección al plan de odio y muerte de los hombres. Y desea que nosotros participemos de su muerte redentora y de su resurrección gloriosa para la vida eterna, rescatándonos de nuestra condición pecadora.


Entonces, ¿cómo Jesús mismo habla de voluntad de Dios respecto de su muerte?: “Si no puede pasar de mí este cáliz, hágase tu voluntad”. Es que la voluntad del Padre sobre Jesús –y sobre nosotros- no es la muerte, sino “que todos los hombres se salven” por su fidelidad, obediencia y amor al Padre y al hombre, a pesar del sufrimiento y la muerte planificados contra Jesús por los agentes del mal y de las tinieblas.


Jesús acoge el dolor y entra en el reino de la muerte para convertirla en puerta de la vida por la resurrección. Ése es también el sentido de nuestros sufrimientos y de nuestra muerte. Tenemos que asumirlo para no fracasar ni en el sufrimiento ni en la muerte.


El Padre se sirve del mismo plan perverso de los hombres y de su victoria aparente para derrotarlos mediante la victoria de cruz y la resurrección de su “Hijo muy amado”, y de quienes lo sigan.


P. Jesús Álvarez, ssp