EL AMOR: ESENCIA DE LA VIDA Y DE LA FE

Domingo 6° de Pascua


29 abril



Dijo Jesús a sus discípulos: - Si ustedes me aman, guardarán mis mandatos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes, el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen porque está con ustedes y permanecerá con ustedes. No los dejaré huérfanos, sino que volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes me verán, porque yo vivo y ustedes también vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre y ustedes están en mí y yo en ustedes. El que acoja mis mandamientos y los cumpla, ése es el que me ama. El que me ama a mí será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él. (Jn 14, 15-21).

Jesús nos habla del amor, valor supremo que se identifica con el mismo Dios: “Dios es amor”. Todos los humanos buscamos el amor, como esencia de la vida, como fuente del máximo gozo, de plenitud, libertad, sabiduría, realización, felicidad, salvación y gloria eterna.

Sin embargo, ¡qué pocos descubren y gozan el verdadero amor, que es mutua acogida, confianza, ayuda, respeto, estima, comprensión, perdón, compasión y comunicación! Muy pocos se conectan con la fuente de todo amor: Dios. Muy pocos creen en el amor que Dios les tiene. Por otra parte, ¡cuántos toman por amor lo que es egoísmo o simple disfrute del otro o con el otro, a costa de lo que sea y de quien sea!

La mayoría de los humanos viven al margen del amor, buscando sólo sustitutivos del amor: el placer, el dinero, la fama, el dominio sobre los demás, el bienestar y placer de unos pocos la costa de sufrimiento de los más, sin sospechar la infelicidad que les espera si no cambian.

Frente a ese panorama, Jesús habla de amor e insiste en que el amor es posible y necesario; que el amor existe y es nuestra felicidad, y la vocaciónesencial en esta vida y en la eterna: amar y ser amados. El amor es la vida de la vida, pues la vida sin amor es muerte ya en vida. Y son multitud los cadáveres ambulantes que no sienten ni dan amor, aunque hablen del amor continuamente.

Pero ¿cómo lograr el amor verdadero a Dios y al prójimo, -dos amores inseparables-, y la consiguiente felicidad de vivir? Es necesario abrir los ojos del rostro y los de la inteligencia, abrir el corazón y la voluntad a las incontables manifestaciones y dones del amor de Dios; y abrirse al prójimo, que también es amor, como nosotros somos amor por ser hijos, imagen y semejanza de Dios.


El amor de Dios nos envuelve totalmente, gratuitamente, tiernamente. Todo lo que somos, tenemos, amamos, gozamos y esperamos, viene de él. Nadie nos ama ni puede amarnos como Dios nos ama, que vive en nosotros por amor.

Jesús es la personificación del amor de Dios para con nosotros:
“El que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”. “Yo estoy en mi Padre, y ustedes están en mí y yo en ustedes”.

La prueba del amor a Dios -y al prójimo- consiste en cumplir sus mandamientos: “El que cumpla mis mandamientos, ése me ama”. El amor quita a los mandamientos el carácter de imposición ardua, pues no son más que exigencias y experiencia gozosa de ese doble amor. Jesús nos da los mandamientos, pero nos da también la fuerza y la alegría de cumplirlos.

Es necesario conectar día a día con el Resucitado presente, pues él quiere y puede comunicarse con nosotros, y basta que nosotros queramos de verdad comunicarnos con él. A Dios sólo podemos conocerlo si lo amamos, y podremos amarlo si mantenemos con él un trato filial asiduo, acogedor.

P. J.