Cuerpo y Sangre de Cristo
26 junio 2011
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".
Jesús, “el pan vivo bajado del cielo”, estaba para regresar al cielo mediante de la muerte, la resurrección y la ascensión; pero el infinito amor a los suyos le llevó a crear una forma milagrosa de quedarse con ellos para siempre: la Eucaristía, que perpetúa su promesa infalible; “No teman. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
La Eucarística es el acontecimiento salvífico desde el cual se irradia para la humanidad, de forma continua, la fuerza sanadora, santificadora y salvadora de Cristo muerto y resucitado.
En la celebración de la Eucaristía todos ejercemos el sacerdocio que Cristo nos confirió en el bautismo, pues en cada misa él comparte con nosotros su Sacerdocio supremo a favor nuestro, de los nuestros y de toda la humanidad, si nos ofrecernos al Padre junto con Él. Así nos lo aseguró: "Quien está unido a mí, produce mucho fruto".
En la comunión eucarística se realiza la máxima unión entre la persona de Jesús y la nuestra; unión como la del alimento. “Tomen y coman”. “Tomen y beban”. “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. "Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Quien comulga con fe y amor puede en verdad decir con san Pablo: “Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí”.
Estas realidades inauditas sólo podemos creerlas y vivirlas fiándonos del mismo Hijo de Dios que nos las reveló. Y es necesario orar con insistencia: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”. La Eucaristía es garantía de salvación eterna: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.
La comunión, que es unión real con Cristo, requiere y produce la comunión fraterna con el prójimo, empezando por casa. Aunque uno reciba la hostia consagrada, no recibe a Cristo si alimenta rencores, desprecios, explotación, violencia o indiferencia hacia el prójimo, con quien Cristo mismo se identifica: “Todo lo que hagan a uno de éstos, a mí me lo hacen”.
"Si falta la fraternidad, sobra la Eucaristía". Si la fe y el corazón perciben a Cristo en la Eucaristía, también lo percibirán y amarán en el prójimo.
Quienes toman la hostia consagrada sólo por costumbre, por rutina, sin fe ni respeto amoroso al Huésped divino, merecen la advertencia de San Pablo: “Quien come el Cuerpo de Cristo a la ligera, se come y traga su propia condena”.
Quienes toman la hostia consagrada sólo por costumbre, por rutina, sin fe ni respeto amoroso al Huésped divino, merecen la advertencia de San Pablo: “Quien come el Cuerpo de Cristo a la ligera, se come y traga su propia condena”.
La Iglesia tiene el infinito tesoro de la Eucaristía, pero solamente lo disfrutan un tres por ciento de los bautizados. ¿Puede ser ésa la voluntad del Salvador presente para todos en la Eucaristía?
¿Por dónde tienen que ir los pasos y la creatividad de la Iglesia para que se distribuya el Pan de la Salvación a sus destinatarios, que mueren de anemia espiritual y existencial ante la mirada impasible de muchos supuestos discípulos de Cristo?
Es urgente una gran renovación de la catequesis eucarística que produzca una gran conversión a Cristo Eucarístico, centro de la vida del cristiano, de la Iglesia y del mundo. “Sólo los hombres eucarísticos podrán transformar el mundo” (Aparecida).
p.j.