Asunción de María
15 agosto 2011
Entró María en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír el saludo Isabel, el niño saltó de alegría en su vientre.
Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó: - ¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirán las promesas del Señor! María entonces dijo: - Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre! Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia. Desplegó la fuerza de su brazo: deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes para siempre. Lucas 1, 38-56.
Santa Isabel ensalzó a la Virgen María por el prodigio realizado en ella: la encarnación del Hijo de Dios, el Salvador del mundo; y Dios la ensalzó a los cielos por haber creído en el mensaje del ángel sobre la promesa de la salvación universal por obra de su Hijo; por haberle dado la vida humana y haber compartido con él las alegrías y las penas, las persecuciones y la pasión.
Y nosotros ensalzamos con toda justicia a la Virgen María en la fiesta de la Asunción, en sintonía con el mismo Dios que la elevó a la gloria del cielo en premio de su fe y de su fidelidad; la hizo reina de cielos y tierra, y madre de la misericordia.
Amar y celebrar a María no supone disminuir al Hijo. Quien ama al Hijo, ¿cómo podrá no amar a su Madre? Y quien no honra a la Madre, no honra ni ama de verdad al Hijo.
Los católicos no ponemos a María a la par o por encima de Jesús: no le tributamos culto de adoración que sólo a Dios se debe, sino culto de veneración como a la persona más santa, pero criatura. Quienes la adorasen como se adora a Dios, ofenderían a la Trinidad y a la misma Virgen María.
Ella misma reconoce y declara su condición de criatura y de humilde esclava del Señor. No se atribuye las “grandes cosas que Dios ha hecho en ella”. Y por esa obra de Dios en ella, no por ella sola, declara que “todas las generaciones la proclamarán feliz”, por encima de todas las criaturas.
Hoy es un día especial para felicitar a nuestra Madre María por el triunfo que Jesús le concedió sobre la muerte, y por el aniversario de su nacimiento a la vida eterna. Es un día para felicitarnos también a nosotros, porque la Asunción es la garantía de lo que Dios quiere y tiene preparado para nosotros. Que él no permita que perdamos ese tesoro infinito.
El destino de nuestro cuerpo no es el sepulcro ni una absurda reencarnación indefinida. Del cuerpo físico Dios hará surgir un cuerpo glorioso como el de Jesús y el de María, a semejanza de la semilla que se pudre bajo tierra para dar vida a una planta muy superior a la semilla desintegrada.
La verdadera devoción a María consiste en imitarla, estarle agradecidos, amarla, invocarla y escucharla, pues ella colaboró directamente con su Hijo en la obra de nuestra salvación, y subió al cielo para continuar esa obra desde allí con su intercesión. Y nosotros estamos llamados a imitarla.
P.J.
Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó: - ¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirán las promesas del Señor! María entonces dijo: - Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre! Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia. Desplegó la fuerza de su brazo: deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes para siempre. Lucas 1, 38-56.
Santa Isabel ensalzó a la Virgen María por el prodigio realizado en ella: la encarnación del Hijo de Dios, el Salvador del mundo; y Dios la ensalzó a los cielos por haber creído en el mensaje del ángel sobre la promesa de la salvación universal por obra de su Hijo; por haberle dado la vida humana y haber compartido con él las alegrías y las penas, las persecuciones y la pasión.
Y nosotros ensalzamos con toda justicia a la Virgen María en la fiesta de la Asunción, en sintonía con el mismo Dios que la elevó a la gloria del cielo en premio de su fe y de su fidelidad; la hizo reina de cielos y tierra, y madre de la misericordia.
Amar y celebrar a María no supone disminuir al Hijo. Quien ama al Hijo, ¿cómo podrá no amar a su Madre? Y quien no honra a la Madre, no honra ni ama de verdad al Hijo.
Los católicos no ponemos a María a la par o por encima de Jesús: no le tributamos culto de adoración que sólo a Dios se debe, sino culto de veneración como a la persona más santa, pero criatura. Quienes la adorasen como se adora a Dios, ofenderían a la Trinidad y a la misma Virgen María.
Ella misma reconoce y declara su condición de criatura y de humilde esclava del Señor. No se atribuye las “grandes cosas que Dios ha hecho en ella”. Y por esa obra de Dios en ella, no por ella sola, declara que “todas las generaciones la proclamarán feliz”, por encima de todas las criaturas.
Hoy es un día especial para felicitar a nuestra Madre María por el triunfo que Jesús le concedió sobre la muerte, y por el aniversario de su nacimiento a la vida eterna. Es un día para felicitarnos también a nosotros, porque la Asunción es la garantía de lo que Dios quiere y tiene preparado para nosotros. Que él no permita que perdamos ese tesoro infinito.
El destino de nuestro cuerpo no es el sepulcro ni una absurda reencarnación indefinida. Del cuerpo físico Dios hará surgir un cuerpo glorioso como el de Jesús y el de María, a semejanza de la semilla que se pudre bajo tierra para dar vida a una planta muy superior a la semilla desintegrada.
La verdadera devoción a María consiste en imitarla, estarle agradecidos, amarla, invocarla y escucharla, pues ella colaboró directamente con su Hijo en la obra de nuestra salvación, y subió al cielo para continuar esa obra desde allí con su intercesión. Y nosotros estamos llamados a imitarla.
P.J.