CORRECCIÓN FRATERNA, FUENTE DE PAZ


Domingo 23º tiempo ordinario

4 de septiembre de 2011

Dijo Jesús a sus discípulos: - Si tu hermano ha pecado, vete a hablar con él a solas para hacérselo notar. Si te escucha, has ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo una o dos personas más, de modo que el caso se decida por la palabra de dos o tres testigos. Si se niega a escucharlos, informa a la asamblea. Si tampoco escucha a la iglesia, considéralo como un pagano o un publicano. Yo les digo: Todo lo que aten en la tierra, se mantendrá atado el Cielo, y todo lo que desaten en la tierra, se mantendrá desatado el Cielo. Asimismo yo les digo: si en la tierra dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir alguna cosa, mi Padre celestial se lo concederá. Pues donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Mt 18, 15-20.

La Iglesia promueve la paternidad responsable, ya la vez la fraternidad responsable, que se solidariza con el bien y el mal: el bien que se recibe y se goza, el mal que se padece y el que se hace.

Una característica esencial de la fraternidad responsable es la corrección fraterna, que ya se recomendaba en el Antiguo Testamento. Pero la corrección resulta eficaz si es de verdad fraterna, amorosa, pues si se hace con enojo, irritación, desprecio, amenazas, ironía, tono autoritario o de revancha, resulta inútil e incluso contraproducente.

La forma negativa de echar en cara los fallos, suele ser un recurso de autodefensa para ocultar defectos propios que no queremos reconocer ni corregir; una manera de desahogo, revancha, o ansia de superioridad, que intenta afirmarse a costa de descalificar al otro, e incluso inventando calumnias.

El objeto de la corrección debe ser un mal o daño real, un daño a sí mismo o a otra persona, a un grupo, a la naturaleza, al Creador…; no una simple forma de pensar, de vivir o de actuar diferente. La referencia para valorar el mal a corregir tiene que ser la Palabra de Dios, el bien del prójimo, de la creación, de los valores del reino, y no los propios criterios, intereses o frustraciones.

La corrección será fraterna sólo si está hecha con amor, delicadeza y humildad, deseando de verdad el bien del otro, de los otros. Y quien corrige debe ser consciente de sus fallos y pecados, que tal vez le cuesta reconocer. Nos advierte Jesús: “Quien esté sin pecado, que tire la primera piedra”; “Sácate primero la viga de tu ojo y luego verás para quitar la del ojo ajeno”. Es la regla de oro de la corrección fraterna.

Para corregir con amor, hay ver al otro como hijo de Dios y hermano nuestro. E imitar a Jesús, que no exigió que se le pidiese perdón, sino que se adelantaba a ofrecerlo; y pidió perdón para quienes lo crucificaban.

Al final del evangelio de hoy Jesús nos asegura que cuando dos o más se ponen de acuerdo para pedir algo en su nombre, Dios los escuchará, porque Jesús mismo estará en medio de ellos orando con ellos al Padre, por medio del Espíritu Santo, que “ora en nosotros con voces inefables”.

¡Qué importante y eficaz sería ponerse de acuerdo para pedir en nombre de Jesús la conversión de quien falla, en lugar de condenarlo o difundir sus fall0s! Orar es el único remedio posible cuando quien hace el mal se cree en lo justo.

Dios escucha siempre la oración hecha en nombre de Cristo y con Cristo presente, porque se pide lo mismo que él quiere, y el Espíritu Santo nos apoya. Cuando nos duelen los fallos ajenos, oremos juntos con insistencia por su conversión y bendigamoslo con amor, desde el corazón.

P.J.