Conmemoración de los fieles difuntos
¿Cree usted que le gustará “el más allá”? Todo nos hace suponer que sí, porque la vida junto a Dios será emocionante.
Dos de noviembre: el cementerio lleno de flores… y de gente recordando a sus muertos. Sin embargo, el hombre, que no deja de recordar a sus muertos, no gusta hablar de la muerte. Es comprensible. Por un lado vemos a la muerte como algo muy “natural”: “y, algún día tenemos que morir”, solemos decir. Pero, por otro lado, la muerte abre el mayor interrogante de la existencia: ¿VIVIREMOS MAS LÁS ALLÁ DE LA MUERTE? .
Sólo la fe tiene la respuesta: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí aunque haya muerto vivirá y el que vive y cree en mí, no morirá para siempre (Jn.11, 25).
Tememos tanto la muerte porque no podemos imaginar lo maravilloso que será la vida junto a Dios. San Pablo lo advierte en la primera carta los Corintios (2, 9: ) “Nadie vio ni oyó y ni siquiera puede imaginar aquello que Dios preparó para los que le aman”.
“Supongamos –narra un famoso autor—a un feto acurrucado bajo el amante corazón de su madre. Imaginen que alguien le hablara y le dijera: “No puedes quedarte aquí mucho tiempo. Dentro de pocos meses nacerás y tendrás una vida nueva’.
“El niño puede objetar tercamente: no quiero dejar este sitio, aquí estoy bien, me aman y soy feliz. No quiero saber nada de esa ‘nueva vida’. ¡Fuera de aquí!
“Pero la criatura nace.. ‘Muere’ respecto de su vida fetal. Pero se encuentra que le rodean brazos fuertes y amorosos. Alza la vista y ve un bello rostro lleno de ternura: el de su madre. Siente que es bien recibido, cuidado y querido. Entonces dice: ¡qué tonto he sido! ¡Este lugar al que vine a parar es maravilloso!
“Cuando al finalizar nuestra misión en la vida, debemos partir, nos ocurre algo parecido. ¡No quiero morir! Gritamos. Tengo mis seres queridos. Amo este mundo, el alba y el atardecer, la luna y las estrellas. Me gusta sentir la vida a mi alrededor. ¡No quiero morir!.
“Pero al llegarle su hora, muere. ¿Qué sucederá entonces? ¡Acaso Dios, el Padre de Jesús, se va a olvidar de su criatura? ¿No debemos suponer, más bien, que ese hombre sentirá que lo reciben brazos cariñosos? ¿Sus ojos no encontrarán la faz fuerte y hermosa, más dulce aún que aquel primer rostro materno que vio hace tanto tiempo? Cuando ello ocurra exclamará : “Caramba, esto es maravilloso! ¡Quiero permanecer aquí para siempre!"
No tengan dudas. Cuando nos encontremos con el Padre Dios, nos dirá: “Dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo” (Is. 43, 4)
Arnaldo Cifelli