
Domingo 32º del tiempo ordinario
6 -11- 2011
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta comparación: Escuchen, pues, lo que pasará entonces en el Reino de los Cielos. Diez jóvenes salieron con sus lámparas para ir al encuentro del novio. Cinco de ellas eran descuidadas y las otras cinco precavidas. Las descuidadas tomaron sus lámparas, sin llevar provisión de aceite consigo. Las precavidas, en cambio, junto con las lámparas, llevaron sus botellas de aceite. Como el novio se demoraba en llegar, les entró sueño a todas y al fin se quedaron dormidas. Al llegar la medianoche, se oyó un grito: «¡Viene el novio, salgan a su encuentro!» Todas las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Entonces las descuidadas dijeron a las precavidas: «Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando». Las precavidas dijeron: «No habría bastante para ustedes y para nosotras; vayan mejor a donde lo venden, y compren para ustedes». Mientras fueron a comprar el aceite, llegó el novio; las que estaban listas entraron con él a la fiesta de las bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y llamaron: «Señor, Señor, ábrenos». Pero él respondió: «En verdad se lo digo: no las conozco». Por tanto, estén despiertos, porque no saben el día ni la hora. Mt. 25,1-13.
Millones de seres humanos, hermanos nuestros, cruzan cada día el umbral de la muerte hacia la eternidad. Un día cualquiera lo cruzaremos también cada uno de nosotros.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta comparación: Escuchen, pues, lo que pasará entonces en el Reino de los Cielos. Diez jóvenes salieron con sus lámparas para ir al encuentro del novio. Cinco de ellas eran descuidadas y las otras cinco precavidas. Las descuidadas tomaron sus lámparas, sin llevar provisión de aceite consigo. Las precavidas, en cambio, junto con las lámparas, llevaron sus botellas de aceite. Como el novio se demoraba en llegar, les entró sueño a todas y al fin se quedaron dormidas. Al llegar la medianoche, se oyó un grito: «¡Viene el novio, salgan a su encuentro!» Todas las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Entonces las descuidadas dijeron a las precavidas: «Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando». Las precavidas dijeron: «No habría bastante para ustedes y para nosotras; vayan mejor a donde lo venden, y compren para ustedes». Mientras fueron a comprar el aceite, llegó el novio; las que estaban listas entraron con él a la fiesta de las bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y llamaron: «Señor, Señor, ábrenos». Pero él respondió: «En verdad se lo digo: no las conozco». Por tanto, estén despiertos, porque no saben el día ni la hora. Mt. 25,1-13.
Millones de seres humanos, hermanos nuestros, cruzan cada día el umbral de la muerte hacia la eternidad. Un día cualquiera lo cruzaremos también cada uno de nosotros.
Por eso no podemos vivir distraídos como si ese acontecimiento supremo estuviera muy lejos o no fuera asunto nuestro, pero sí lo es. Por nuestro bien, hemos de tomar conciencia en serio de lo que nos jugamos, a fin de proveernos de aceite suficiente, que son las obras buenas y la unión con Cristo.
La máxima obra de misericordia es la insinuada por Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” Esta obra de misericordia se realiza con la oración por los otros, ofreciendo las cruces de cada día por ellos, dando buen ejemplo y buenos consejos, además de las obras concretas de misericordia.
Dicho de otra forma: el aceite inagotable de la lámpara de nuestras vidas es el amor agradecido a Dios y el amor salvífico al prójimo.
Quienes hayan pasado por la vida haciendo el bien, recibirán la invitación de Jesús: "Vengan, benditos de mi Padre, a poseer el reino que tengo preparado para ustedes". Hay que abrir los ojos del rostro y del corazón para descubrir y remediar las innumerables necesidades y sufrimientos que hay a nuestro alrededor, que tal vez no queremos verlos, empezando por nuestro hogar.
Nuestra muerte, asociada a la de Cristo, es el paso a la vida eterna: “Quien entregue la vida por mí, la salvará”. De nada vale temer a la muerte o no pensar en ella. Hay que prepararla con esperanza y amor para hacerla “muerte pascual”, como la de Cristo, que le mereció la resurrección. La vida tendremos que darla: démosla ya desde ahora por Cristo y por la salvación de los nuestros, y de otros muchos.
p. j.
 
