
Domingo 2º de Cuaresma
05-03-2012
Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y los llevó a ellos solos a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente. Incluso sus ropas se volvieron resplandecien-tes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: - Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Levantemos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban aturdidos. En eso se formó una nube que los cubrió con su sombra, y desde la nube llegaron estas palabras: - Este es mi Hijo, el Amado; escúchenlo. Y de pronto, mirando a su alrededor, no vieron ya a nadie; sólo Jesús estaba con ellos. (Mc 9,2-10).
La gloriosa transfiguración de Jesús nos aclara el sentido real de la Cuaresma, de la penitencia, ayuno, limosna, oración: conseguir la libertad y la alegría en esta vida, y luego la resurrección y la gloria en la vida eterna.
Los discípulos, habían caído en un profundo abatimiento, porque la pasión y muerte del Maestro desbarataba sus sueños de un reino temporal. Tampoco podían sospechar que
El Padre, al ver sufrir a su Hijo y a sus discípulos, quiere mostrarles a los tres preferidos de Jesús un anticipo de la gloria que les espera, gracias a la muerte y resurrección de Cristo. Pero no acaban de creer ni de entender.
Quizás tampoco nosotros acabamos de creer y entender que el sufrimiento y la muerte no acaban en sí mismos, sino que son fuente de felicidad sin fin y puerta de la gloria eterna, si los aceptamos y ofrecemos por amor.
La "transfiguración" del sufrimiento en felicidad, y de la muerte en resurrección y gloria, nos la garantiza la muerte y la resurrección de Jesús. Tenemos creer y vivir felices, sabiendo que Jesús resucitado está “con nosotros todos los días”, y que nos está preparando un puesto en el paraíso eterno. De lo contrario viviríamos esclavos del miedo al sufrimiento y a la muerte.
San Pablo nos enseña: "Si sufrimos con Cristo, reinaremos con Él; si morimos con Él, viviremos con Él". “Estén alegres cuando comparten los sufrimientos de Cristo”. "Los sufrimientos de esta vida no son nada en comparación con el peso de gloria que nos espera". "Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo". Tanto las alegrías como los sufrimientos de esta vida, tienen como fin asegurarnos a la felicidad de la gloria eterna.
Las palabras de Jesús: "Quien desee venirse conmigo, cargue con su cruz de cada día y me siga", podrían interpretarse así: "Quien desee compartir ya en la tierra mi alegría, y luego mi gloria en el cielo, abandone las falsas felicidades egoístas, asocie a mi Cruz las cruces de cada día, y al final, la muerte, para venirse conmigo a la resurrección y a la gloria de la vida eterna".
Poco antes de
Por la fe y el amor, podemos contemplar el rostro glorioso de Cristo y quedar radiantes, a pesar del sufrimiento. Esta presencia de Cristo vivo nos transfigura cada día, nos cristifica (nos hace otros Cristos). Que podamos vivir la experiencia de San Pablo: "Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir, para estar con Cristo".
Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18 - Dios puso a prueba la fidelidad a Abraham. «¡Abraham!», le dijo. Él respondió: «Aquí estoy». Entonces Dios le siguió diciendo: «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécemelo en holocausto sobre la montaña que Yo te indicaré». Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de
Cuando Dios pide algo que cuesta, nos dará inmensamente más de lo que nos pide. Él nunca se deja vencer en generosidad. Dios le pidió Abraham su único hijo, Isaac; mas Dios se lo devolvió vivo, y lo hizo padre de una multitud de descendientes y de los creyentes. Dios nos da sin medida si le somos fieles.
La escena del monte Moria nos lleva al huerto de los Olivos: Jesús pide al Padre que le salve la vida física; sin embargo, el Hijo de Dios muere crucificado. Pero el Padre le da infinitamente más: la resurrección para Él, y para nosotros, con un cuerpo glorioso, inmensamente más perfecto. En esta perspectiva de la salvación, resurrección y felicidad eterna, hay que vivir todo sufrimiento y la misma muerte.
Los pueblos contemporáneos de Abraham solían inmolar niños primogénitos a los ídolos; pero Dios, al no permitir que el niño Isaac fuese inmolado por su padre, demuestra que Él no quiere sacrificios humanos.
Hoy se sacrifican a diario millones de niños a los ídolos del placer, del dinero y del poder, sobre todo con el aborto. Muy pocos luchan contra ese indecible holocausto de inocentes, cuya sangre clama al cielo pidiendo justicia contra una sociedad sin corazón. Esa horrible crueldad, ¿no estará incubando la autodestrucción de sociedades opulentas y también de las pobres?
Si nos ponemos a favor de la vida de los inocentes, Dios se pondrá a favor nuestro cuando nos llame.
Romanos 8, 31-34 - Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no le ahorró la vida ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con Él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? «Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos?» ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aun, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?”
Dios tiene una paciencia infinita con nosotros, y “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve”. Nos da tiempo para que nos volvamos a Él. ¿Cómo podríamos desconfiar del perdón de Dios?
Dios, además del tiempo, nos da a su Hijo para que cargue en su cruz nuestros pecados y sufrimientos, e interceda por nosotros para darnos
Y por el contrario: ¿Cómo podríamos despreciar tanta misericordia y hacer inútil tanto amor de Dios, no correspondiéndole con la conversión y con amor?
P. Jesús Álvarez, ssp