Ascensión del Señor
20 mayo 2012
En aquel tiempo dijo
Jesús a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la
creación. El que crea y se bautice, se
salvará; el que se niegue a creer, se condenará. Estas señales acompañarán a
los que crean: en mi Nombre echa-rán demonios y hablarán nuevas lenguas; tomarán
con sus manos serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán
las manos sobre los enfer-mos y quedarán sanos». Después de
hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos, por su parte, salieron a predicar en todos los lugares. El Señor actuaba
con ellos y confirmaba su mensaje con los milagros que lo acompañaban.
(Mc. 16,15-20).
Las Ascensión nos garantiza
que Jesús ha vencido todo lo que amenaza la vida humana: el dolor, el odio, la
guerra, la muerte, que no son la última palabra sobre el hombre. Esos males desaparecerán
total y súbitamente con la resurrección, para quienes pasan por la vida
haciendo el bien, a imitación de Cristo.
“Subir al cielo” equivale al éxito total y
final de la existencia; éxito que Jesús nos mereció también a nosotros con su
encarnación, vida, pasión, muerte y resurrección; éxito que equivale a un salto
inaudito en calidad de vida.
Jesús dio una consigna inaplazable
para todos sus discípulos de ayer, de hoy y de siempre: compartir, en unión con
Él, su misión de evangelizar, al alcance de todos mediante la oración, el
sufrimiento ofrecido, el ejemplo, la palabra, la acción y con todos los medios
a nuestro alcance, como son las redes sociales de Internet. Evangelizar a “todas
las gentes” empieza por el hogar, el trabajo, el centro de estudios…
Alcanzamos a todo el mundo, de forma
misteriosa, pero real, con la celebración eucarística, que nos hace posible
compartir con Cristo su misión evangelizadora y salvadora universal: “Cuerpo y Sangre
ofrecidos por ustedes y por todos los hombres”. Él nos garantiza: “Quien está
unido a mí, produce mucho fruto”, aunque no sepamos dónde, ni cómo, ni cuándo
ni a quién llega la acción salvífica de Cristo en cada Eucaristía.
Por otra parte, estaba
reservada a nuestros tiempos, a nosotros, la extraordinaria posibilidad de
realizar al pie de la letra el mandato de Jesús: "Vayan por todo el mundo a predicar el Evangelio",
pues a través de los medios de comunicación social (cuya Jornada Mundial
celebramos hoy) es posible llevar la
Palabra salvadora de Dios a los rincones más remotos y
oscuros del mundo.
Esos medios, que la Iglesia llama
“admirables”, maravillosos, ofrecen a Cristo y a su mensaje nuevos púlpitos y
templos, nuevos areópagos; nuevas y rapidísimas autopistas de luz que dan pies
de luz al Maestro universal, que por ellas avanza a la velocidad de la luz por
todo el orbe.
Jesús
no se encarnó, trabajó, predicó, sufrió, murió y resucitó sólo para
transmitirnos una doctrina o una moral, sino ante todo para enseñarnos una
forma de vivir, de amar, de obrar y de morir, y para acompañarnos todos los
días de nuestra vida en camino a la
Casa de su Padre y nuestro Padre.
Ésa es nuestra esperanza infalible fundada
en la piedra angular y roca firme: Cristo resucitado. Esperanza de una “tierra
nueva y un cielo nuevo”, donde reine la paz y la justicia, la verdad y la
libertad, el amor, el deleite y la alegría con eterna novedad y eterna
juventud. Allí no habrá más llanto ni dolor.
P. Jesús Álvarez, ssp