EUCARISTÍA: OFRENDA, BANQUETE y COMUNIÓN
Cuerpo y Sangre de Cristo
B / 10 junio 2012
El primer día de los ázimos (pan sin levadura que se come en la pascua judía), cuando se sacrificaba el cordero pascual,
mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio
diciendo: - Tomen; esto es mi cuerpo. Tomó
luego una copa y después de dar gracias, se la entregó y todos bebieron de
ella. Y les dijo: - Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza , que será
derramada por todos. En verdad les digo que no volveré a probar el producto de
la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. (Mc 14, 12-26).  
El inmenso amor de Jesús hacia los suyos lo llevó a buscar una forma
milagrosa de quedarse para siempre con ellos y con nosotros: la Eucaristía , donde cumple
su promesa: “No teman. Yo estoy con
ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. No hay que
esperar la muerte para vivir con Cristo de forma misteriosa, pero real.
En la Eucaristía , “fuente y
plenitud” de la vida cristiana, Cristo realiza y comparte con nosotros su
misión redentora, mediante el ejercicio del verdadero “sacerdocio bautismal”
que el Espíritu Santo nos confirió a todos en el bautismo, haciéndonos “pueblo sacerdotal” y  “ofrenda
permanente”. 
La Eucaristía es el Misterio en el que se actualiza y se irradia para toda
la humanidad, de forma continua y universal, la fuerza santificadora y salvadora
de la encarnación, de la vida, pasión, muerte, resurrección y ascensión de nuestro
Salvador.
Por otra parte, se debería reflexionar más sobre
la seria advertencia de San Pablo: “Quien
come el Cuerpo de Cristo a la ligera, se come y traga su propia condenación”.
Creer que se recibe a Jesús en la comunión, mientras se lleva una vida
contraria a la suya, es no creer en él, sino estar en contra de él. “Quien no está conmigo, está contra mí”.
 Urge una seria renovación de la predicación
y de la catequesis eucarística, de modo que se produzca una amplia conversión a
Cristo resucitado presente en la Eucaristía,
Urge una seria renovación de la predicación
y de la catequesis eucarística, de modo que se produzca una amplia conversión a
Cristo resucitado presente en la Eucaristía,
La Eucaristía es la obra máxima de salvación, pues de ella
reciben fuerza salvífica nuestras vidas y nuestras obras. 
En la comunión eucarística se realiza la
máxima unión entre la persona de Jesús y nosotros; a semejanza del alimento: “Tomen y coman”. “Tomen y beban”. “Mi carne
es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. "Quien come mi carne
y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". “Quien me come, vivirá por mí…
tiene vida eterna y yo lo resucitaré”. Estas palabras nos garantizan la
posibilidad de vivir la experiencia de san Pablo: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”.
La comunión, que es unión vital con Cristo, requiere la comunión
fraterna con el prójimo, empezando por casa. Por más que uno coma la hostia
consagrada, no recibe a Cristo ni comulga con él cuando alimenta rencores,
desprecios, violencia o indiferencia hacia el prójimo, con el cual Cristo se
identifica: “Todo lo que hagan a uno de
éstos, a mí me lo hacen”. "Si falta la fraternidad, sobra la Eucaristía ". 
Si los ojos de la fe perciben a Cristo en la Eucaristía, también lo percibirán en el prójimo. El "sacramento del prójimo" es inseparable del sacramento de la Eucaristía; pero con frecuencia son separados.
La Eucaristía no es cumplimiento, sino encuentro con Quien nos ama más
que nadie, y nos da la fuerza para que se cumpla en nosotros su promesa: “Quien pierda la vida por mí, la salvará”.
P.
Jesús Álvarez, ssp
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