
Domingo 11° durante el año
17- 06-2012
Evangelio Mc. 4, 26-34
En esta parábola de la
semilla, Jesús se refiere a la aparente insignificancia de su misión,
compartida con sus seguidores mediante la siembra de la
Palabra de Dios,
para la construcción de su Reino en la tierra con destino a la eternidad.
La semilla del Reino
crecerá de forma incontenible, aunque no sepamos cómo, ni dónde, ni cuándo, ni a quién llega, pues si bien sembrada por manos humanas, es regada, fecundada y madurada por
manos divinas, hasta el tiempo de la siega, o el juicio final.
La acción misteriosa,
lenta y paciente de Dios constituye una invitación a sus colaboradores, a fin de que no cedan a la impaciencia si los resultados no son visibles e inmediatos.
Los valores del Reino -la vida y la verdad, justicia y la paz, la libertad y la solidaridad, el amor y la fraternidad- sembrados por Cristo y sus colaboradores, transforman a quien los acoge con fe, amor y gratitud, como dones de Dios. Sin embargo, el hombre, en su libertad, puede cerrarse desgraciadamente a la semilla o arrojarla de su corazón y de su vida.
Los valores del Reino -la vida y la verdad, justicia y la paz, la libertad y la solidaridad, el amor y la fraternidad- sembrados por Cristo y sus colaboradores, transforman a quien los acoge con fe, amor y gratitud, como dones de Dios. Sin embargo, el hombre, en su libertad, puede cerrarse desgraciadamente a la semilla o arrojarla de su corazón y de su vida.
A pesar de todas las
apariencias en contrario, el Reino de Dios crece y se desarrolla incesantemente
bajo la omnipotente mano divina, a través de la pobre colaboración humana y a pesar
de la cizaña sembrada por el Maligno.
Así llegará a ser un gran árbol bajo cuyas ramas se cobijarán todos los que hayan pasado por la vida sembrando el bien, a imitación de Cristo, que puso la condición fundamental para la eficacia de la evangelización: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada”.
Así llegará a ser un gran árbol bajo cuyas ramas se cobijarán todos los que hayan pasado por la vida sembrando el bien, a imitación de Cristo, que puso la condición fundamental para la eficacia de la evangelización: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada”.
La evangelización se
realiza, por lo general, con personas y con medios pobres, pero también con los
costosos medios de comunicación social, que Cristo y los Apóstoles usarían hoy
para sembrar la Palabra de Dios, pues son más rápidos y eficaces que los usados
entonces por ellos: la barca, el cerro, el templo, los areópagos, la escritura…
El Espíritu Santo se
vale de todos los medios para ”soplar” la salvación allí donde, cuando y como
quiere, sin que nadie ni nada pueda poner límites a su campo de acción.
Las nuevas técnicas de
comunicación son como las modernas sembradoras (medios de comunicación social) respecto al sembrador a mano (la
predicación oral de presencia física). Mas Dios manda por igual la lluvia y el sol para ambos sembrados, que brotan, crecen y maduran por igual. Sin embargo, salta a la vista la enorme diferencia entre la siembra a mano y la siembra a máquina: en rapidez, extensión, eficacia, mano de obra...
A través de los nuevos
medios de comunicación social, se puede realizar hoy a la letra el mandato de
Jesús: “Vayan por todo el mundo
y prediquen el evangelio a todas las gentes”. “Lo que les digo al oído,
proclámenlo desde los tejados”.
Hoy esos “tejados” son
la radio, la televisión, antenas, repetidores, Internet, ordenadores o
computadoras, páginas web, redes sociales, la prensa, el cine, los videos…,
algunos de los cuales están al alcance de todos, tanto del clero como del laicado.
Agradezcamos a Dios el
privilegio de llamarnos a compartir con Cristo la construcción de su Reino
mediante la vida y el ejemplo, la oración y el sacrificio asociado a la cruz de
Cristo, la palabra y las obras, y todos los medios de comunicación a nuestro
alcance…
Ezequiel, 17, 22-24
Se acaban los reyes
descendientes de David, y la nación se hunde. Entonces Dios, mediante la
alegoría de la rama de cedro arrancada, promete otro descendiente de David,
que será el Mesías prometido, Jesucristo.
Él establecerá su
Reino en todo el orbe para acoger y defender a la humanidad bajo sus ramas. Por
él sabrá el mundo que Cristo es el único Salvador, y hasta los pueblos enemigos lo
reconocerán y se ampararán bajo su mando.
El Reino de Dios lleva
más de dos siglos de inaugurado, y sigue creciendo seguro y humilde, entre
tormentas y tormentos, en todo el globo y de mil maneras, al mando de Cristo
resucitado presente, aunque oculto.
Él nos ha dicho: “No teman. Yo estoy con ustedes
todos los días hasta el fin del mundo”, “El Reino de Dios está entre ustedes”. ¿Estoy yo con Él y colaboro a la
extensión de su Reino, que es también mi Reino?
2Cor 5, 6-10
San Pablo se siente
seguro en toda circunstancia adversa o favorable, porque percibe la presencia
del Espíritu de Cristo en su vida, y a la vez siente que está de viaje, aún
lejos de la visión del Señor cara a cara.
Siente el deseo de
partir para vivir con Cristo, y sin embargo afirma: “Ya no soy yo quien vive; es Cristo
quien vive en mí”. Pero la
presencia real de Jesús en esta vida está oculta como por un velo, y
Pablo ansía que se corra ese velo mediante el paso de esta vida terrena a la
eterna: “Para mí es con mucho
lo mejor morir para estar con Cristo”, sin
velos.
El cristiano es una
persona de esperanza, depositada en Cristo, que ha muerto y resucitado por
nosotros, y está sentado a la derecha del Padre intercediendo continuamente a
nuestro favor, para llevarnos a vivir con Él en su y nuestro hogar eterno. La condición: agradar a Dios en el tiempo
viviendo unidos a Cristo Jesús.
P. Jesús Álvarez, ssp
_________________________________________________________________________