PIDAN Y RECIBIRÁN



"Todo lo que pidan al Padre en mi nombre, 
se lo concederé".

Uno de los discípulos dijo a Jesús: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. Les dijo: Cuando recen, digan: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino. Hágase tu voluntad. Danos cada día el pan que nos corresponde. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende. Y no nos dejes caer en la tentación. Yo les digo: - Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen a la puerta y les abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla y al que llame a la puerta se le abrirá. Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del Cielo dará Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11,1-13).


El Padrenuestro es la oración más sencilla y sublime que Jesús quizás aprendió de sus padres en Nazaret.

La invocación “Padre nuestro” sugiere la primera condición de toda plegaria: una relación filial de fe y amor personal con Dios, pues la oración es “un encuentro de amistad con quien sabemos que nos ama”, como dijo santa Teresa de Ávila. ¡Y nos ama más que nadie!
Con la petición “santificado sea tu nombre” se indica que hemos de hacer lo posible para que Dios sea conocido, reconocido y amado mediante nuestro ejemplo, nuestra palabra y oración, de modo que todo hijo de Dios entre en relación de amor salvador con la Trinidad, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, nuestra Familia de origen y destino.
“Venga a nosotros tu reino”; o sea que Dios nos ayude a trabajar para establecer en la tierra el reino de Dios con sus bienes: la vida, la paz, la justicia, la verdad, la libertad, el amor- en nuestro corazón, en la familia, en la sociedad, en el mundo.

“Hágase tu voluntad”, es la condición para la eficacia de la oración; que Dios nos dé lo que pedimos, si es conforme a su voluntad, que es siempre lo mejor para nosotros. Conocemos la voluntad de Dios sobre todo en la oración y en la lectura de su Palabra.

“Danos hoy nuestro pan”, y no sólo el nuestro, sino también para el 60% de la humanidad que sufre el flagelo del hambre. Si compartimos nuestro pan, Dios no permitirá que nos falte. “Den y se les dará”, dice Jesús. Si no escuchamos el grito de los hambrientos, ¿cómo pretenderemos que Dios nos escuche cuando lo necesitemos?

“Perdónanos nuestras ofensas como nosotros también perdonamos”. Perdonar las ofensas, por graves que sean, es un sacramento de perdón: “Si ustedes perdonan, serán perdonados. Y si no perdonan, no serán perdonados” (Mt 6, 15).

“No nos dejes caer en la tentación”, sobre todo en la tentación contra la fe, la esperanza y el amor.

“Y líbranos del mal”. Líbranos de lo que nos hace daño temporal o eterno a nosotros y a los demás.

Por fin, cuando nos disponemos a orar, pidamos ayuda al Espíritu Santo, “que ora en nosotros con voces inefables” (Rom 8, 26). Y pidamos a María que ore con nosotros y por nosotros: “Ruega por nosotros”.

P. J. A.

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