LAS VENIDAS DEL
SALVADOR
Domingo 1°
adviento-A/1–12-2013
Dijo Jesús: Cuando venga el
Hijo del Hombre, sucederá lo mismo que en los tiempos de Noé: En la inminencia
del diluvio, la gente seguía comiendo, bebiendo y casándose, hasta el día en
que Noé entró en el arca. Y cuando menos se lo esperaban, llegó el diluvio y se
los llevó a todos. Por eso, ustedes estén despiertos y en vela, porque no saben
en qué día vendrá su Señor. Comprendan que si el dueño de casa supiera a qué
hora de la noche viene el ladrón, permanecería en vela para impedir el asalto
de su casa. Por eso también ustedes estén preparados, porque a la hora que
menos lo piensen, vendrá el Hijo del Hombre. Mt 24, 37-44.
Adviento
significa “venida”, llegada de alguien esperado, que se anunció con antelación.
El evangelio de hoy se refiere a la venida gloriosa de Jesús al fin del mundo,
que es la última de sus cuatro venidas, pero también puede referirse a su
venida al fin de la vida de cada uno.
La
primera fue su nacimiento en Belén, donde comenzó la redención de la humanidad,
con la que nos ha hecho posible el camino hacia la eternidad gloriosa.
Las
otras dos venidas de Jesús resucitado marcan nuestra existencia: su venida
diaria a nuestra vida, si lo acogemos: “Estoy
con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20); y su venida
final de nuestra existencia terrena: “Voy
a prepararles un puesto... y vendré a buscarlos para que donde yo estoy, estén
también ustedes” (Jn 14, 2-3).
En
realidad, hoy el sentido profundo del Adviento consiste en centrar nuestro
gozoso esfuerzo en acoger a Cristo resucitado en su continua venida a nuestra
vida de cada día, para que él nos acoja en su venida al final de Invitemos en
serio a Jesús para que venga: “¡Ven,
Señor Jesús”, pues Él nos invita a acogerlo: “Estoy a la puerta llamando: quien me abra, me tendrá consigo a la
mesa” (Apoc 3, 20).. “Vengan
a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo lo aliviaré” (Mt 11,
28-30). Se trata de una venida y un
encuentro mutuo.
Jesús
compara a los hombres de de su tiempo – y los de hoy- a los paisanos de Noé,
que pasaron de improviso de la seguridad y del disfrute pervertido a la
destrucción total.
Es
necesario vivir en vigilancia y en preparación permanente para lograr, con la
muerte y la resurrección, el éxito de la vida terrena: alcanzar la vida eterna.
Hay
que decidirse en serio a llevar una vida coherente como hijos de Dios, en medio
de la superficialidad y perversidad de la sociedad de hoy, que imita a la
insensata generación del Diluvio.
Hay que agarrarse fuerte a la mano de Jesús resucitado presente, estar pendiente de su
palabra y de su voluntad, vivir en permanente trato amoroso con él y con el
prójimo.
p.j.a.
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