REY DE AMOR RESUCITADO
Fiesta de Cristo Rey-
C / 24 nov. 2013
Lucas 23, 35-43
La gente estaba allí
mirando; los jefes, por su parte, se burlaban de él diciendo: "Si salvó a
otros, que se salve a sí mismo, ya que es el Mesías de Dios, el Elegido".
También los soldados se burlaban de él. Le ofrecieron vinagre diciendo:
"Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Porque había
sobre la cruz un letrero que decía: "Este es el rey de los judíos". Uno
de los malhechores que estaban crucificados con Jesús, lo insultaba: "¿No
eres tú el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y también a nosotros". Pero el otro
lo reprendió diciendo: "¿No temes a Dios tú, que estás en el mismo
suplicio? Nosotros lo hemos merecido y pagamos por lo que hemos hecho, pero
éste no ha hecho nada malo". Y añadió: "Jesús, acuérdate de mí cuando
entres en tu Reino". Jesús le respondió: "En verdad te digo que hoy
mismo estarás conmigo en el paraíso".
Cristo inauguró su reino glorioso desde la cruz ignominiosa
y victoriosa a la vez. De la derrota en la cruz pasó a la victoria de la
resurrección como Rey glorioso y eterno.
Él se había negado a ser proclamado rey durante su vida
pública. Pero se dejó aclamar rey en el camino hacia Jerusalén para ser
crucificado. Se proclamó rey ante Pilatos, que lo entregó a sus acusadores
diciendo: “Aquí tienen a su rey”, y
mandó poner en la cruz el letrero: “Jesús
nazareno, rey de los judíos”. Ya no había peligro de ser proclamado rey
temporal, al estilo de David o Salomón, como deseaban incluso sus discípulos.
Jesús rechazó el reino temporal porque su “reino no es de este mundo”, aunque
empieza en este mundo, como él mismo afirma: “El reino de Dios está entre
ustedes”. Su reino no es triunfalista, sino que está marcado por los misterios
insondables del amor de Dios manifestado en la cruz y en la resurrección.
El inocente Rey del universo es canjeado por un criminal y
condenado a muerte entre malhechores. Pero en su agonía, ora por quienes lo
asesinan: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”, y promete el
paraíso a un ladrón agonizando a su lado: “Hoy
estarás conmigo en el paraíso”. ¡Admirable perdón!
La cruz no es una fatalidad para Jesús, sino un momento de
su camino hacia la resurrección y hacia el reino eterno; momento de supremo
abandono y entrega en que triunfa como rey heroico sobre el pecado y la muerte.
Ante la provocación burlona de quienes lo condenan: “Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo como
salvaste a otros”, Jesús responde con el silencio a los hombres y con una
súplica al Padre que lo salva: “Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu”. Y el Padre lo salva, no bajándolo vivo
de la cruz, sino levantándolo resucitado del sepulcro.
Nosotros, como Jesús pedía en el Huerto, también desearíamos
alcanzar la resurrección sin pasar por la cruz. Pero como Jesús tenemos que
decir: “No se haga mi voluntad, sino la
tuya”. Ahí está la clave del éxito final y total de nuestra existencia.
Está inaugurado ya el cielo nuevo y la tierra nueva, donde
nos espera el Rey del universo y de la historia, Rey nuestro, que nos dice: “Al vencedor lo sentaré en mi trono, junto a
mí; lo mismo que yo, cuando vencí, me senté en el trono de mi Padre, junto a
Él” (Apoc 3, 21).