Al anochecer de aquel
día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la
tarde con las puertas ce-rradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de
pie en medio de ellos y les dijo: "¡La
paz esté con ustedes!" Dicho
esto, les mostró las ma-nos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al
ver al Señor. Jesús les volvió a decir: "¡La
paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a
uste-des." Dicho esto, sopló sobre ellos y
les dijo: "Reciban el Espíritu San-to: a quienes les
perdo-nen sus pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengan, les
serán retenidos." (Jn 20, 19-31).
En la Resurrección el
cuerpo de Jesús se vuelve glorioso, libre de las leyes de la materia caduca, del
espacio, del tiempo, del sufrimiento, de la muerte. Así se presenta Jesús a sus
discípulos reunidos a puertas cerradas.
Jesús también se nos presenta a nosotros
todos los días, aunque no lo veamos, atravesando las paredes del trajín de cada
día para citarnos en nuestro templo interior: “¡Felices los que crean sin haber visto!” (Jn 20, 28). Y se nos
presenta en la Eucaristía ,
en la Biblia ,
en el prójimo, que son las tres formas preferidas de su presencia real.
Esta fe nos abre el paso hacia la
resurrección, por la que Jesús nos dará “un
cuerpo glorioso como el suyo” (Flp 3, 21). No nos cansemos de pedir, cultivar
y vivir esta nuestra fe pascual.
La
experiencia de Jesús Resucitado, presente en nuestra vida, es la fuente de la
paz, de alegría y de fortaleza en el sufrimiento, y la que da eficacia
salvadora a nuestra vida y obras.
La
omnipotencia de Dios se demuestra principalmente en el perdón de los pecados. El
perdón de Dios es el mayor don de su amor. Y perdonar al prójimo es la
expresión del amor más genuino, que nos garantiza el perdón de Dios: “Sean misericordiosos y alcanzarán
misericordia” (Mt 5,7). “Si ustedes
perdonan, serán perdonados (6, 37).
Viviendo unidos
al Resucitado, tenemos asegurada la victoria sobre el pecado, sobre el
sufrimiento y la muerte; y podemos alcanzar también la alegría de morir, que
san Pablo experimentaba: “Para mí la vida
es Cristo y la muerte una ganancia” (Flp 1, 21).
El
evangelio de hoy presenta a Jesús dando la paz a los discípulos y el poder de
perdonar los pecados: “Reciban al
Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados” (Jn
20, 21-23). Éste es el porqué de la “Fiesta de la Divina Misericordia ”
que hoy celebramos.
Nuestra
misión permanente consiste en ser testigos de Jesús resucitado, dándolo a
conocer con todos los medios a nuestro alcance: el ejemplo, la palabra, la
imagen, las obras...
Si creemos
en el Resucitado, lo amaremos y lo trataremos como lo quien es: una Persona
viva y presente, y compartiremos con amor y gozo su proyecto de salvación a
favor de la humanidad: ”Quiero que donde
esté yo, estén también ustedes” (Jn 14, 3).
La
unión real con el Resucitado nos hace transparencia suya allí donde vivimos. Promovamos
con Cristo la cultura de la Pascua
y de la Misericordia
frente a la cultura del odio y de la muerte, que amenazan al bello planeta que
el Creador nos ha regalado.
La
fe en Jesús resucitado presente, supone una felicidad tan extraordinaria, que
se nos puede antojar increíble, como les pasaba a los discípulos, que no podían
creer por la gran alegría que les causaba la Resurrección, la cual es
infinitamente superior a lo pretendido: Un Reino temporal de Jesús. Pero nos
queda siempre la gran posibilidad de
suplicar: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”
(Mc 9, 24).
Supliquemos
y vivamos con tenacidad y coherencia el don de la verdadera fe, a imitación de
san Pablo “No soy yo quien vive, es
Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20) ”Para mí la vida es Cristo y la muerte una
ganancia” (Flp 1, 21).
P.J.
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