Voy a prepararles un puesto
Ascensión de Jesús a los cielos
ciclo a A / 01-junio 2014
Los once discípulos partieron para Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Cuando vieron a Jesús, se postraron ante él, aunque algunos dudaban todavía. Jesús se les acercó y les habló así: - Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en
En este paso
evangélico se presentan tres realidades:
* el pleno dominio de Jesús sobre toda la creación visible e invisible;
* la misión salvadora universal de la Iglesia, encomendada a todos sus
miembros; * y la presencia permanente de Jesús resucitado entre los suyos hasta el fin del mundo, como garantía de la victoria
final sobre el sufrimiento, sobre el mal y sobre la muerte; victoria en la que
Jesús nos incluye a nosotros.
Jesús, vuelve al
Padre, accede a una vida infinitamente superior y, como Rey eterno, toma
posesión de toda la creación visible e invisible, que anhela compartir con
nosotros: “Donde yo estoy, quiero que estén también ustedes”. “Me voy a
prepararles un puesto” (Jn14, 2). Como
“Persona universal” resucitada, cumple su promesa infalible: “Estoy con ustedes
todos los días hasta el fin del mundo” (28, 20). ¡Maravillosa presencia que
hemos de vivir y agradecer con gozo, sin cansarnos nunca!
La Resurrección y
la Ascensión son dos misterios inasequibles e increíbles desde la perspectiva
humana. Son tan maravillosos y desconcertantes, que nos cuesta creerlos como
realidades que nos tocan personalmente, pues Cristo las ha ganado también para
nosotros. No podemos ignorarlas y perderlas, sino hacer que ocupen nuestra
mente y nuestro corazón, considerando
todo lo demás como lo que es: valores relativos, caducos, de segundo
orden.
Jesús ha querido
asimismo compartir con nosotros su misión evangelizadora y salvadora en favor
de la humanidad. Pero la evangelización no es sólo transmitir verdades,
doctrinas y dogmas, o sólo repetir los que el Maestro dijo, sino ante todo
vivir como él vivió y hacer lo que él hizo y como lo hizo: ayudando a los más
posibles a salvarse mediante una relación de encuentro amoroso personal con
Jesús resucitado presente y con los hermanos, imitando su forma de vivir, de
amar, de trabajar, de sufrir y de morir, para resucitar y ascender
definitivamente a la vida plena como él.
Dios nos ha
asignado a cada cual una parcela de personas a evangelizar y salvar; parcela
que necesitamos localizar ya, empezando por casa, y siguiendo por todos cuantos
se relacionan con nosotros. Como cristianos, debe ser la preocupación principal
de nuestra vida: nuestras salvación para gloria del Padre.
Pero evangelizar no es sólo predicar de palabra, sino también orar por esa parcela y por ella ofrecer los sufrimientos de la vida, la enfermedad y la muerte, darles ejemplo de vida unida a Cristo, y en especial llevarlas en el corazón a la Eucaristía, sacramento máximo de salvación.
Pero evangelizar no es sólo predicar de palabra, sino también orar por esa parcela y por ella ofrecer los sufrimientos de la vida, la enfermedad y la muerte, darles ejemplo de vida unida a Cristo, y en especial llevarlas en el corazón a la Eucaristía, sacramento máximo de salvación.
Para eso ha nacido,
vivido y muerto Jesús: para abrirnos y señalarnos su mismo camino de éxito
final y total, y para compartir con nosotros su misión salvadora a favor de los
otros. Lo cual está al alcance de todos, aunque exija dedicación y esfuerzo
optimista permanente, pero seguros de su promesa: “Yo estoy con ustedes” (Mt
28, 20), “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden
hacer nada” (Jn 15, 7). Nada en orden a la salvación propia y ajena.
P. Jesús Álvarez, ssp