El éxito total de la vida

Voy a prepararles un puesto

                  Ascensión de Jesús a los cielos

ciclo a A / 01-junio 2014

Los once discípulos partieron para Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Cuando vieron a Jesús, se postraron ante él, aunque algunos dudaban todavía. Jesús se les acercó y les habló así:  - Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia. (Mt 28, 16-20).

En este paso evangélico se presentan tres realidades:  * el pleno dominio de Jesús sobre toda la creación visible e invisible; * la misión salvadora universal de la Iglesia, encomendada a todos sus miembros;  * y la presencia permanente de Jesús resucitadentre los suyos hasta el fin del mundo, como garantía de la victoria final sobre el sufrimiento, sobre el mal y sobre la muerte; victoria en la que Jesús nos incluye a nosotros.

Jesús, vuelve al Padre, accede a una vida infinitamente superior y, como Rey eterno, toma posesión de toda la creación visible e invisible, que anhela compartir con nosotros: “Donde yo estoy, quiero que estén también ustedes”. “Me voy a prepararles un puesto” (Jn14, 2).  Como “Persona universal” resucitada, cumple su promesa infalible: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (28, 20). ¡Maravillosa presencia que hemos de vivir y agradecer con gozo, sin cansarnos nunca!

La Resurrección y la Ascensión son dos misterios inasequibles e increíbles desde la perspectiva humana. Son tan maravillosos y desconcertantes, que nos cuesta creerlos como realidades que nos tocan personalmente, pues Cristo las ha ganado también para nosotros. No podemos ignorarlas y perderlas, sino hacer que ocupen nuestra mente y nuestro corazón, considerando  todo lo demás como lo que es: valores relativos, caducos, de segundo orden.

Jesús ha querido asimismo compartir con nosotros su misión evangelizadora y salvadora en favor de la humanidad. Pero la evangelización no es sólo transmitir verdades, doctrinas y dogmas, o sólo repetir los que el Maestro dijo, sino ante todo vivir como él vivió y hacer lo que él hizo y como lo hizo: ayudando a los más posibles a salvarse mediante una relación de encuentro amoroso personal con Jesús resucitado presente y con los hermanos, imitando su forma de vivir, de amar, de trabajar, de sufrir y de morir, para resucitar y ascender definitivamente a la vida plena como él.

Dios nos ha asignado a cada cual una parcela de personas a evangelizar y salvar; parcela que necesitamos localizar ya, empezando por casa, y siguiendo por todos cuantos se relacionan con nosotros. Como cristianos, debe ser la preocupación principal de nuestra vida: nuestras salvación para gloria del Padre. 

Pero evangelizar no es sólo predicar de palabra, sino también orar por esa parcela y por ella ofrecer los sufrimientos de la vida, la enfermedad y la muerte, darles ejemplo de vida unida a Cristo, y en especial llevarlas en el corazón a la Eucaristía, sacramento máximo de salvación.

Para eso ha nacido, vivido y muerto Jesús: para abrirnos y señalarnos su mismo camino de éxito final y total, y para compartir con nosotros su misión salvadora a favor de los otros. Lo cual está al alcance de todos, aunque exija dedicación y esfuerzo optimista permanente, pero seguros de su promesa: “Yo estoy con ustedes” (Mt 28, 20), “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15, 7). Nada en orden a la salvación propia y ajena. 

P. Jesús Álvarez, ssp


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