JUSTICIA Y MISERICORDIA NO SE EXCLUYEN


        
Domingo XXV durante el año - A / 21-9-2014  

                                            En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: - Un propietario salió de madrugada a contratar trabajadores para su viña. Se puso de acuerdo con ellos para pagarles una moneda de plata al día, y los envió a su viña. Salió de nuevo hacia las nueve de la mañana, y al ver en la plaza a otros que estaban desocupados, les dijo: «Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo.» Y fueron a trabajar. Salió otra vez al mediodía, y luego a las tres de la tarde, e hizo lo mismo. Ya era la última hora del día, la undécima, cuando salió otra vez y vio a otros que estaban allí parados. Y les dijo: «Vayan también ustedes a trabajar en mi viña.» Al anochecer, dijo el dueño de la viña a su mayordomo: «Llama a los trabajadores y págales su jornal, empezando por los últimos y terminando por los primeros.» Vinieron los que habían ido a trabajar a última hora, y cada uno recibió un denario (una moneda de plata). Cuando llegó el turno a los primeros, pensaron que iban a recibir más, pero también recibieron cada uno un denario. Por eso, mientras se les pagaba, protestaban contra el propietario. Decían: «Estos últimos apenas trabajaron una hora, y los consideras igual que a nosotros, que hemos aguantado el día entero y soportado lo más pesado del calor.»  El dueño contestó a uno de ellos: «Amigo, yo no he sido injusto contigo. ¿No acordamos en un denario al día? Toma lo que te corresponde y vete. Yo quiero dar al último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a llevar mis cosas de la manera que quiero? ¿O te sienta mal que yo sea generoso, porque tú eres envidioso?» Así sucederá: los últimos serán primeros, y los primeros serán últimos.
Mt 19, 30; 20, 16.

Esta parábola sigue escandalizando hoy a muchos que se han hecho una imagen de Dios a su gusto y medida. Pero los criterios y pensamientos de Dios distan mucho de los nuestros: su justicia se conjuga con su misericordia infinita.
Los obreros que trabajaron desde la madrugada, no protestaron por recibir un salario injusto, pues era lo convenido, sino por envidia, porque el dueño fue generoso con los últimos, viendo su esfuerzo leal y su necesidad de llevar también ellos pan a sus familias.
El valor y el fruto de nuestra vida no depende del tiempo que vivimos, de largos o cortos años, sino de la intensidad del amor con que vivimos y de la generosidad con que trabajamos unidos a él, según él mismo afirma: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero separados de mí, no pueden hacer nada”. (Juan 15, 5).
Jesús nos da el premio por las buenas obras realizadas unidos a Él, y en su nombre. El paraíso eterno y los dones de Dios no se pueden merecer ni pagar, sino desearlos, pedirlos, acogerlos, agradecerlos y hacerlos producir para la salvación propia y la del mundo, unidos a Él. “El que no está conmigo, está contra mí” (Mt 12, 30). “Quien conmigo no recoge, desparrama” (Lc 11, 23).
Estamos llamados a trabajar en la viña del Señor para construir su Reino de vida y verdad, de justicia y paz, de amor, de libertad y alegría. Con gozo y gratitud, pues la mejor paga es ya trabajar en la viña del Señor. Recibiremos “cien veces más en la vida presente, y en el mundo venidero, la vida eterna” (Mc 10, 31).
Se necesitan nuevos rostros de cristiano “discípulo misionero”, un cristiano apasionado por Cristo y por el hombre, valiente, optimista, testigo de alegría pascual por su real unión con el Resucitado presente. Un cristiano que revele el verdadero rostro de Dios Padre, Dios Amor, Vida, Alegría, Misericordia y gratuidad, como lo presentó el mismo Hijo de Dios, Jesús.
Jesús declara: “No he venido para condenar, sino para salvar” (Jn 12, 47); y lo mismo es para el cristiano (=seguidor de Cristo). No estamos en el mundo para juzgar y condenar, sino para ayudarnos unos a otros en el camino de la salvación eterna. Eso es trabajar en la viña del Señor.
Resulta una gran contradicción el hecho de que un cristiano no colabore con Cristo en la salvación de sus hermanos y del mundo. Sería un absurdo: un “cristiano-sin-Cristo”. Cristiano es quien vive realmente unido a Cristo y de él recibe la fortaleza para imitarlo, también en los sufrimientos inevitables de la vida y de la muerte. El cristiano ofrece desde ya su vida por la salvación de los hombres, empezando por la familia, a imitación de Jesús, que dio la vida por salvarnos. “Nadie ama tanto como el que da la vida por los que ama” (Jn 15, 9-17). Es el éxito total del amor.

 

P. Jesus, ssp