Éste
es el comienzo de la Buena
Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios. En el libro del profeta
Isaías estaba escrito:
“Mira,
te voy a enviar a mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino.
Escuchen ese grito en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor, enderecen sus
senderos!”
Así empezó
Juan Bautista a bautizar en el desierto. Allí predicaba el bautismo e invitaba
a la conversión para alcanzar el perdón de los pecados. Toda la provincia de la Judea y el pueblo de
Jerusalén acudían a Juan para confesar sus pecados y ser bautizados por él en
el río Jordán. Juan llevaba un manto de piel de camello, con una correa de
cuero a la cintura, y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Proclamaba
este mensaje:
“Detrás
de mí viene uno con mayor poder que yo, y yo no soy digno de desatar la correa
de sus sandalias arrodillado a sus pies”. (Mc 1, 1-8).
Evangelio significa Buena
Noticia de que el Hijo de Dios tomó nuestra carne para salvarnos
desde nuestra misma carne, y hacernos hijos de Dios, con derecho a su misma
vida y gloria eterna. ¡Infinita dignación de la misericordia de nuestro Padre Dios.
Hoy la Buena Noticia para
nosotros no es sólo conmemoración de la venida y nacimiento histórico de Cristo
hace más de dos mil años, sino su presencia salvadora, real, permanente, gloriosa
y eficaz entre nosotros y en el mundo, como Conductor, Centro y Rey de la
historia, Cabeza de la Iglesia ,
a la que él va guiando de manera misteriosa, pero segura, hasta que haya un
solo rebaño y un solo Pastor, en el Reino eterno, que ansía todo nuestro ser,
aunque no nos demos cuenta.
Preparar el camino
al Señor exige dejar todo lo que pueda excluir a Dios y al prójimo en nuestra
vida diaria: la mentira, la indiferencia, la envidia, el rencor, la calumnia, la
venganza, la cobardía, la incomprensión, la hipocresía, el orgullo, la ira, la
idolatría…
Enderezar sus caminos
es valernos de todo para volver a Dios, al prójimo y a nosotros mismos: por el
amor, la conversión, el perdón, el diálogo, la ayuda, la paz, el respeto, la
alegría de vivir, la gratitud a Dios y a los demás, la oración sincera, la honradez,
el trabajo de calidad, el sufrimiento ofrecido como aporte salvífico a la obra
de la redención de Jesús, y acogerlo, buscándolo allí donde él se encuentra: en
la Palabra de Dios, en la Eucaristía, en la oración y en el prójimo.
Juan Bautista predicaba
el bautismo y la conversión a la vez; y no sólo el bautismo como rito externo. Los sacramentos de la Iglesia - que son medios por los cuales
Cristo en persona obra la salvación - tienen valor salvífico sólo cuando en
ellos y desde ellos mejoramos continuamente la relación de amor con Dios y con
el prójimo.
Es necesario romper con
las esclavitudes que se hacen pasar por libertad: cambiar los gestos de amor
fingido por amor verdadero hecho obras; dejar las falsas alegrías y las
diversiones frívolas prefabricadas, para alcanzar la alegría del corazón, y contagiar
a los demás, que tanto la necesitan.
Hay que deshacerse de
los ídolos que prometen y no dan, y cambiar las falsas imágenes de Dios por el
Dios verdadero: Dios-Amor, Dios-vida, Dios-Paz, Dios-Alegría, Dios-con-nosotros.
“Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón anda inquieto mientras no
descansa en ti” (San Agustín).
"La fuente de la
verdadera alegría brota
allí donde la persona humana se encuentra con Dios y
con el prójimo en el amor.
Jesús Álvarez ssp