¡ESTÉN DESPIERTOS!

Domingo 1º de Adviento - B / 30-11-2014



Decía Jesús a sus discípulos: - Estén preparados y vigilantes, porque no saben cuándo será el momento. Cuando un hombre viaja al extranjero, dejando su casa al cuidado de los sirvientes, cada cual con su tarea, al portero le encarga estar vigilante. Lo mismo ustedes: estén vigilantes, ya que no saben cuándo vendrá el dueño de casa: si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo o de madrugada; no sea que llegue de repente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes, se lo digo a todos: estén despiertos. (Mc 13, 33-37).

Adviento no significa esperar un nuevo nacimiento de Cristo, que nació una sola vez hace más de veinte siglos, sino que hoy revivimos con él ese gran acontecimiento del pasado. Pues no se puede esperar a quien nos dijo claramente: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (28, 20).
El Adviento es tiempo especial para tomar más en serio a Dios, a nosotros, la vida, la oración y nuestra felicidad temporal y eterna; tiempo de vigilancia, silencio fecundo, oración con gozosa apertura al Mesías que está ya vivo cada día en nosotros, entre nosotros.
El Adviento es tiempo privilegiado para comprometerse a vivir en continua conversión hacia Dios y hacia el prójimo, despiertos y abiertos a la presencia real del Resucitado entre nosotros, a fin de prepararnos para el día inesperado en que nos llame a entrar, por la muerte, a la resurrección y a la gloria eterna. 
Pero vivir despiertos ante Cristo resucitado significa, sobre todo, vivir unidos a él y abiertos cada a las incontables necesidades del prójimo. El día menos esperado que nos llame, nos juzgará sobre el amor y la ayuda que le prestamos, o negamos, al prójimo, con quien él se identifica.
Vivir dormidos, es vivir indiferentes ante el sufrimiento humano, hacer sufrir y, peor aun, vivir gozando a costa del dolor ajeno, del inocente, del indefenso, del pobre, del enfermo, del ignorante, del niño desvalido, del anciano abandonado, lo cual supone vivir de espaldas a Dios. Que él nos libre de ese fatal letargo.
El Adviento es preparación a la celebración conmemorativa de la Navidad; es acogerlo en su venida real y permanente a nuestra vida de cada día, e intensificar la unión viva con él, para que “se forme en nosotros”, nazca en nosotros, y en nosotros se transparente ante las más diversas situaciones y personas.
Así él nos acogerá en su venida al final de nuestros días terrenos y nos pondrá a su derecha en su última venida gloriosa al fin de los tiempos.
Esa venida permanente de Cristo resucitado a nuestra persona y a nuestra vida, él mismo la confirma con su palabra infalible: “Estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré y comeremos juntos” (Apoc 3, 20). “Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él” (Jn 6, 56-57).
La Eucaristía es el acontecimiento admirable donde se realiza el “adviento” privilegiado y cotidiano, si la vivimos y acogemos de verdad a Cristo en la comunión. Es el camino hacia la gloriosa Navidad eterna en la Casa del Padre. ¡Que él no permita que la perdamos, y que nosotros hagamos lo imposible por no perderla!

P.J.A.