¿A QUIÉN BUSCAN?
Domingo 2° durante el año – B / 18-01-2015
Juan el Bautista se encontraba de nuevo en
el mismo lugar con dos de sus discípulos. Mientras Jesús pasaba, se fijó en él
y dijo: -"¡Ése es el Cordero de Dios!" Los dos discípulos le oyeron
decir esto y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les
preguntó: ¿Qué buscan? Le contestaron: - Rabbí (que significa Maestro), ¿dónde
vives? Jesús les dijo: Vengan y lo verán. Fueron, vieron dónde vivía y se
quedaron con él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, el hermano
de Simón Pedro, era uno de los dos que siguieron a Jesús por la palabra de
Juan. Encontró primero a su hermano Simón y le dijo: - Hemos encontrado al
Mesías (que significa el Cristo). Y se lo presentó a Jesús. Jesús miró
fijamente a Simón y le dijo: - Tú eres Simón, hijo de Juan, pero te llamarás
Kefas (que quiere decir Piedra). Jn 1,
35-42.
Este paso evangélico ofrece el método
básico y eficaz de pastoral vocacional, usado por Jesús y los apóstoles. Es la
tarea fundamental de la Iglesia, del clero, de las congregaciones religiosas,
de los catequistas y de los fieles. Dicho método consiste poder testimoniar de
verdad: “¡Hemos encontrado al Mesías!” “Vengan y vean” (Jn 1, 38).
Un alrededor del 90 % de los bautizados en
la Iglesia católica viven alejados de ella, o se pasan a “otra confesión”, en
buena parte debido a la escasez de buenos sacerdotes, que les ayuden a vivir su
bautismo, a conocer a su Iglesia y a Cristo resucitado presente en ella. Así se
convierten en fácil presa de las sectas y en agentes del proselitismo sectario,
parafraseando la misma expresión de Andrés: “¡Hemos encontrado al Mesías!”
Las sectas comprometen desde el principio a
sus adeptos en la misión de buscar nuevos seguidores y pagar las cuotas. En eso
nos dan ejemplo. En nuestra Iglesia católica, en algunas parroquias y diócesis,
y por iniciativa de algunas congregaciones, están surgiendo grupos de laicos
adultos, de jóvenes e incluso de niños comprometidos a salir a evangelizar.
Miembros de esos grupos se abrirán más fácilmente a la vocación sacerdotal y a
la vida consagrada.
Los católicos fieles desean buenos y
abundantes sacerdotes, pues los necesitan para vivir la fe y alcanzar la vida
eterna. Pero son muy pocos los que se comprometen en serio a promover las
vocaciones. La mayoría ignora el mandato apremiante de Jesús para todo
cristiano: “Rueguen al Dueño de la mies que envíe buenos obreros a su mies” (Mt
9,38).
“Las vocaciones son un don del Dios
providente a una comunidad orante”, y a él hay que pedírselas y en su nombre
acogerlas, formarlas y cuidarlas, conscientes de la afirmación de Jesús: “Soy
yo quien los ha elegido” (Mt 9, 38). La primera e indispensable tarea
vocacional consiste en ayudar al vocacionable a vivir la experiencia de Cristo
resucitado presente, el único que puede llamar,
dar fortaleza y alegría para seguirlo.
Por otra parte, la Iglesia –jerarquía,
clero y laicado– tiene un desafío urgente e impostergable: salir en busca del
90% de las ovejas extraviadas - católicos sólo de bautismo y de nombre -
dándoles a conocer todo lo que Jesús ha entregado a su Iglesia para ellos: su
presencia viva, la redención, el Sacerdocio, el Bautismo, la Eucaristía, y los
demás sacramentos, la Biblia, el amor y el perdón de Dios.
Jesús mandó y sigue mandando a los suyos:
“Vayan y evangelicen a todos los hombres” (Mt 28, 19), “empezando por los hijos
descarriados de la Iglesia”, que son la mayoría de los bautizados por ella, en
nombre de la Santísima Trinidad, nuestra felicísima Familia de origen y de
destino.
p. j. á.