Domingo IV durante el año B/01-02-2015
Evangelio Mc 1, 21-28
Jesús
entró en Cafarnaúm, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a
enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como
quien tiene autoridad y no como los escribas. Y había en la sinagoga de ellos
un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: «¿Qué quieres de
nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién
eres: el Santo de Dios». Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de
este hombre». El espíritu impuro lo sacudió violentamente, y dando un alarido,
salió de ese hombre. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros:
«¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a
los espíritus impuros, y éstos le obedecen!»
Había escribas y fariseos que sólo leían y “daban
clase” de Sagrada Escritura, pero no vivían la Palabra de Dios ni ayudaban al
pueblo a vivirla. Hoy puede suceder lo mismo con los cursos de Biblia,
catequesis, predicación, clases de religión, libros, artículos…, sin interés
por el encuentro personal con Dios, que habla a través de su Palabra, la
Biblia.
¿Sabemos reconocer a los nuevos fariseos, que hablan de
la Palabra de Dios, pero alejan de Dios a la gente por contradecir con su vida
lo que enseñan de palabra? Así se convierten en aliados inconscientes del
propio satanás. ¿Tal vez nos parecemos un poco a ellos?
Jesús sí vivía lo que enseñaba, y lo confirmaba con sus
obras a favor de los necesitados, especialmente los enfermos. Hoy se
multiplican sin fin las enfermedades físicas, espirituales, psíquicas, morales,
familiares, sociales…, y los fariseos de hoy pasan de largo. ¿Pasamos de largo
también nosotros?
Jesús, siendo Dios, no hablaba ni obraba en nombre
propio, sino en nombre del Padre, obedeciéndole en todo. Quienes predican, dan
catequesis, escriben, usan los medios de comunicación, necesitan la libertad y
la decisión de hablar y obrar en nombre de Jesús Resucitado, y así poder
enseñar “con autoridad”. De lo contrario, al final de su vida temporal, tendrán
que escuchar al Juez Supremo: “No los
conozco. ¡Aléjense de mí, obradores de iniquidad!” (Lc 13, 23-24).
De la existencia del diablo, como de la existencia de
Dios, no hay pruebas que valgan para quienes no quieren creer. A Dios se le
conoce por las obras. “Por sus obras lo
reconocerán” (Mt
7, 16-20). Sólo desde la fe y desde la experiencia se los puede reconocer. Siempre
hay quiénes dicen creer en la existencia y en la presencia de Dios, pero niegan
la presencia de satanás y de sus obras, como si la presencia del diablo en la
Biblia y en el mundo, se pudiera eliminar de un soplo.
Tampoco se pueden eliminar de un carpetazo las
incontables experiencias de poseídos y de exorcistas. Igual se diga de la
presencia de Satanás en las sectas satánicas y en quienes hacen pacto con él.
Me decía una amiga: “Parece que Dios le hadado demasiado poder al diablo”.
En el evangelio de hoy el mismo diablo profesa su fe en
Jesús, pero no le sirve de nada, porque esa fe se junta con el odio a Dios y al
hombre; mientras que la fe que salva, vive del amor a Dios y del amor al
prójimo.
Incluso hay cristianos y pastores que le “ahorran mucho
trabajo” al demonio. También tú y yo podemos estar entre ellos, si no vigilamos
al enemigo, el cual “El diablo nos ronda como
león rugiente, buscando a quien devorar” (1Pe 5, 8). Pero creámosle a
Jesús: “A quien venga a mí, yo no lo rechazaré” (Jn 6, 37). Es decisivo, pues,
distinguir entre las obras de Dios y las de satanás.
Lo que sí es cierto es que la fuerza del maligno y de
sus secuaces es muy superior a las nuestras, y que sólo podemos enfrentarlo con
el poder de Cristo resucitado presente, la ayuda de María, de los ángeles y
santos: es necesario recurrir a ellos, meditar la Biblia,
acogernos a los sacramentos, en especial al sacramento del perdón y de la Eucaristía,
venerar el crucifijo, recitar el rosario, hacer la oración con fe con amor,
contra ese gran poder de satán, pero es un mosquito frente a Dios.
Jesús Álvarez