LA GENTE VENÍA A ÉL DE TODAS PARTES



  SI QUIERES, PUEDES SANARME

Domingo 6º durante el año / 15-02-2015

Evangelio       Marcos 1, 42-45
Se le acercó un leproso, que se arrodilló ante él y le suplicó: Si quieres, puedes limpiarme. Sintiendo compasión, Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio. Al instante se le quitó la lepra y quedó sano. Entonces Jesús lo despidió, pero le ordenó enérgicamente: No cuentes esto a nadie, pero vete y preséntate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que ordena la Ley de Moisés, pues tú tienes que hacer tu declaración. Pero el hombre, en cuanto se fue, empezó a hablar y a divulgar lo ocurrido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en el pueblo; tenía que andar por las afueras, en lugares solitarios. Pero la gente venía a él de todas partes.

En el tiempo de Jesús había colonias de leprosos que vivían totalmente marginados por la familia, la sociedad y la religión. Todos creían que esa enfermedad era un castigo por algún pecado grave y desconocido, que los hacía indignos de la compasión de Dios y de los hombres.
Quien tocara o se dejara tocar por un leproso, era considerado impuro y debía marginarse con los leprosos lejos de la sociedad o de los pueblos; y el leproso que tocara a otra persona sana, debía morir apedreado.
Sin embargo Jesús, saltándose la ley, se acercó al leproso, lo tocó y quedó sano. De no haber hecho el milagro, tanto Jesús como el leproso, serían apedreados sin compasión. Pero el Maestro, en vez de ser contagiado por el enfermo, le contagió la salud y la gracia, quedando así ambos libres del castigo que imponía la Ley.
Tal vez nosotros evitamos acercarnos a personas marginadas de mil maneras, por respeto humano, sin decidirnos a hacer algo a nuestro alcance para mejorar su situación. Si tenemos a Cristo, podemos llevárselo, a la vez que nuestra ayuda directa, para que él las alivie con su presencia, les revele el sentido de la vida y del sufrimiento, los sane y los salve.
El leproso, al sentirse curado de su lepra y de su pecado, salta y grita de gratitud y júbilo, proclamando por doquier lo que ha hecho Jesús por él, a pesar de que el Maestro le había prohibido divulgar el milagro.
El pecado es la lepra del espíritu, mucho más peligrosa que la del cuerpo. Es la terrible lepra del mundo, de la que no quiere ni enterarse. Jesús dio a su Iglesia el poder de perdonar los pecados mediante el Sacramento de la Reconciliación, en el cual Jesús pone su mano unida la del sacerdote. A ejemplo del leproso al sentirse curado, deberíamos saltar de júbilo y gratitud cada vez que recibimos el perdón de Dios, uniéndonos al gozo de los ángeles del cielo, que hacen fiesta por cada pecador que se convierte. (Lc 15,10).
Quienes no tienen la posibilidad real de acudir o encontrar a un sacerdote, sin duda que Dios les perdona cada vez que le piden sinceramente perdón, y se comprometen a luchar en serio contra el pecado, reparar, perdonar a los otros: “Si ustedes perdonan, serán perdonados” (Jn 20, 23); hacer obras de misericordia, orar, ofrecer el sufrimiento... Mas no se puede perder la ocasión de recibir el sacramento de la Confesión, en la que Cristo mismo nos perdona.
Recordemos lo dicho por Jesús a una gran pecadora: “Se le perdonó mucho porque amó mucho” (Lc 7, 47); y la que dijo a santa Faustina Kowalska: “Cuanto más grande sea el pecador, tanto más derecho tiene a mi Misericordia”.
Tampoco se ha de olvidar que los pecados leves o veniales se perdonan con la limosna, la oración, la comunión recibida con fe y amor, el sufrimiento ofrecido. Cada noche pidamos sincero perdón para no acostarnos sobre nuestros pecados. Pero no siempre es fácil distinguir entre pecado grave y pecado leve.

Lo que importa es no cometer ni el uno ni el otro, y vivir siempre en continua conversión, para evitar todo pecado. Si uno se deja llevar de los veniales, se deslizará hacia los graves o mortales. Para eso oremos a menudo: Padre nuestro…, perdona nuestros pecados como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. “Si ustedes perdonan, serán perdonados; pero si no perdonan, morirán en sus pecados”.
P. Jesús Álvarez, ssp