EL PRODIGIO PAPA FRANCISCO
por José Manuel Vidal
El prodigio
lleva el nombre de Francisco y el lema del también Francisco, el santo de Asís: "Repara mi Iglesia".
En sólo dos años, el Papa ha transformado una institución hundida, humillada y
denostada, en un referente mundial de misericordia y esperanza. Algunos dicen
que los milagros no existen. Pero aquí y ahora, ante nuestros ojos, se está cumpliendo
uno de los mayores: la primavera floreciente
de la vieja Iglesia católica.
La Iglesia
necesitaba con urgencia un
Papa libre y decidido. Incluso, desconcertante. Necesitaba un hombre tan
apasionado por el Evangelio que echase por tierra siglos de papado imperial.
Necesitaba un líder que desconcertase profundamente a los que, por la inercia
de los siglos, están acostumbrados a ver en el Sumo Pontífice un rey absoluto,
dotado de mando y de poder sagrado, que es la máxima encarnación del poder.
El autor de
esa hazaña (con la ayuda del Espíritu Santo, para los creyentes) es un Papa que
se cree el Evangelio de Jesús, que lo vive, y que está convencido de que puede
seguir dando sentido a la vida de los hombres. Su programa para la Iglesia y
para el mundo es un retorno a las fuentes, un regreso a los orígenes, a aquella
época de los primeros cristianos, en la que la gente, al verlos, decía: "¡Mirad cómo se
aman!". Ese amor vivido y contagiado les hizo crecer como la espuma.
Bergoglio
sabe que la Iglesia sólo puede atraer de nuevo a las masas (tanto a los
alejados de siempre como a los que se han ido a engrosar las filas de la
indiferencia sin dar portazos) con autenticidad y ternura. Recuperando el
mensaje primigenio de Jesús de Nazaret y haciendo que los que se dicen sus
seguidores lo vivan con honradez. Volver a los orígenes y a la dinámica del
seguimiento. Convertir a los
católicos serios y tristes del cumplimiento (cumplo y miento) en seguidores
alegres y entusiastas del
Nazareno, que acogía a todos, pero sentía una predilección especial por los más
pobres.
La misericordia, motor del cambio
La opción
preferencial por los pobres de la Teología de la Liberación despojada de
cualquier resabio marxista. Los pobres y los empobrecidos como corazón del
Evangelio, como núcleo de la fe en la teoría y en la praxis, y no como un
mero apéndice. El Evangelio y, por ende, la Iglesia, como motor del cambio
social. Y una Teología de la Liberación que coloca la misericordia como su
motor en vez del comunismo.
Desde esa
base y en nombre del Evangelio, el Papa se permite criticar el sistema que crea
iniquidad, que extiende "la cultura del descarte", que coloca al
dios-dinero en el centro y, por lo tanto, escupe hacia las cunetas de la vida a
amplias capas de la población, privadas de trabajo, para poder llevar el pan a
casa, y de dignidad como personas.
Un duro
alegato que, en tiempos de crisis, cuestiona los cimientos del poder
político-económico-financiero mundial, aporta consuelo a los empobrecidos y
señala el camino de la esperanza a los que sufren. Con hondo pesar de los pocos que lo
tienen todo y con profunda satisfacción de los desheredados del mundo. Sean
o no católicos. Porque la voz del Papa se ha vuelto planetaria, en alas de su
consolidada autoridad moral e influencia global. Bergoglio es, sin duda alguna,
el hombre más querido y más escuchado del mundo.
Para
poder predicar hacia afuera, Francisco sabe que tiene que dar trigo, ser
creíble hacia adentro. Y no sólo como persona, sino como jefe supremo de la Iglesia
católica. Y es aquí donde encuentra más resistencias. Las entretelas de la
vieja institución chirrían expuestas al sol del Evangelio. Porque lo que el
Papa propone es un cambio de vida personal y de tendencia eclesial. Pasar de la
doctrina al Evangelio. Optar por la lógica del "deseo de salvar a los
perdidos" frente a la del "miedo de perder a los salvados", que
imperaba hasta ahora.
Un cambio
profundo, brusco, hondo, que pasa
no sólo por la tan cacareada reforma de la Curia (que también), sino por el cambio del
corazón. Una conversión (metanoia). Lo explica así de claro el cardenal
panameño, de origen español, José Luis Lacunza: "El objetivo no debería
ser realizar sólo una reforma cosmética, sino ir al fondo y llevar a cabo una
conversión pastoral, que pasa por entender la Iglesia no como un fin en sí
misma sino como un instrumento para hacer el Evangelio creíble y
aceptable".
La medicina de la misericordia
De una
Iglesia aduana a otra "hospital de campaña". Para acoger a los
malheridos de la vida y a los expulsados por la propia institución. Francisco
quiere abrir las puertas de par en par a los Zaqueos de nuestro tiempo,
personas rechazadas por los de dentro y por los de fuera, en base simplemente a
leyes y doctrinas. Una Iglesia madre, con los brazos siempre abiertos y que
sólo aplique la medicina de la misericordia, que es "el látigo de
Jesús".
Una
Iglesia, por supuesto, desclericalizada, sinodal y corresponsable. Donde sea
realmente verdad que "Iglesia somos todos" y no sólo los curas, los
obispos, los frailes y las monjas. Una Iglesia comunión y pueblo de Dios, donde
los laicos dejen ya de ser "clase de tropa".
Y una
Iglesia que predique con el ejemplo. Por eso el Papa es el primero que intenta
hacer lo que dice. Que predica y da trigo. Que no exige a los demás lo que él
no hace primero. Que no quiere obispos-príncipes y él fue el primero en
abandonar el palacio pontificio, renunciar a coches de gama alta y vivir
austeramente en una residencia sacerdotal.
El Papa
engancha a la gente, porque es un testigo creíble y, además, porque habla el
lenguaje de la gente. Ha hecho
pasar la forma de hablar de los Papas del arabesco al del tú a tú. No
necesita intérpretes. Habla clarito y sin pelos en la lengua. Papa, párroco del
mundo, que se hace entender por sus fieles, sin necesidad de intermediarios. En
un "magisterio continuo", del que sus homilías diarias en la Casa
Santa Marta son el corazón estratégico
de su pontificado.
Con las
antenas puestas en el Evangelio y en el pueblo (vox populi, vox Dei = voz
del pueblo, voz de Dios), Francisco se ha convertido, en tan sólo dos años,
en el personaje más relevante, influyente y popular del planeta. Con capacidad
de decisión y protagonismo diplomático internacional. Un "Papa hecho
pueblo", como se dice del pronto beato. monseñor Romero.
Decidido a
echar una mano para construir un mundo mejor y, para dar primero ejemplo, en el
seno de su propia casa, Francisco va a cambiar la Iglesia cueste lo que cueste
y pese a quien le pese. En su primavera no cabe marcha atrás. A los altos
eclesiásticos reticentes sólo le caben tres opciones: subirse al carro de la
primavera, dejar que pase en silencio y al acecho, o verse arrastrada por ella.
Porque nadie puede parar la primavera en
primavera.
Y menos si viene en alas del Espíritu de Dios.