Domingo 2° de Pascua, de la Divina Misericordia 

B/ 12 de abril 2015


¡RESUCÍTANOS, SEÑOR, RESUCÍTANOS!


Al anochecer de aquel día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes." Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo: a quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos."     (Jn 20, 19-29).


Con la resurrección, el cuerpo de Jesús se vuelve glorioso, libre de los condicionamientos de la materia caduca, del espacio, del tiempo, del sufrimiento y de la muerte. Así se aparece Jesús a sus discípulos reunidos a puertas cerradas. 


Jesús también se nos presenta hoy a nosotros todos los días, aunque no lo veamos, si no es por la fe en su presencia resucitada, según lo enseña el mismo Salvador: “¡Felices los que crean sin haber visto!” (Jn 20, 29). Y cuando pasemos en sus brazos de la muerte a la resurrección, “nos dará un cuerpo glorioso como el suyo (Flp 3,21). 

La experiencia de Jesús Resucitado, presente en nuestra vida, es la fuente de la paz, de alegría y de fortaleza en las dificultades, sufrimientos y alegrías. Viviendo unidos al Resucitado, nos aseguramos la victoria sobre el pecado, sobre el sufrimiento y sobre la muerte, que se convertirá en triunfo.

Jesús resucitado da la paz a los discípulos y les confiere el poder de perdonar los pecados: “Paz a ustedes. Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados” (Jn 20, 22). Son palabras de vida eterna. 


El perdón de los pecados es obra de la omnipotente misericordia de Dios. Por eso este domingo celebramos la “Fiesta de la Divina Misericordia”. El perdón misericordioso de Dios, es el mayor gesto de su amor hacia nosotros. Y perdonar las ofensas, es una de las mayores expresiones del amor hacia el prójimo. 


Jesús resucitado, nos encomienda la misión de testimoniarlo, darlo a conocer con todos los medios a nuestro alcance, es el otro tema del evangelio de hoy. Si creemos en el Resucitado, si lo amamos como persona viva y presente, compartiremos con fe y amor su proyecto de salvación a favor del prójimo: “Como el Padre me envió a mí, así los envío también yo a ustedes” (Jn 20, 21). "Donde estoy yo, allí quiero que también ustedes estén conmigo" (Jn 14, 3).

Es urgente preguntarnos si creemos de verdad en el Resucitado presente, si lo tenemos como centro de nuestra vida; o si creemos sólo teóricamente en el dogma de la Resurrección. Jesús mismo nos ofrece la pauta para verificarlo: “Por sus obras los conocerán”(Mt 7, 20); y puesto en primera persona: “Por mis obras me conoceré y me conocerán por lo que mi vida produce en mis ambientes.


La fe en presencia de Jesús resucitado supone una felicidad tan extraordinaria, que se nos puede antojar increíble, como les pasaba a los discípulos, que no podían creer por la inmensa sorpresa y gozo que les causaba la Resurrección. 

Tenemos que pedir y cultivar más la fe en Jesús Resucitado presente y operante, y promover la cultura de la Pascua y de la Misericordia frente a la cultura del odio y de la muerte, que avanza sombría sobre nuestro maravilloso planeta. La Iglesia nos propone celebrar la Fiesta de la Divina Misericordia. 

P. J. A.