Se extrañaban y no querían darle crédito
Evangelio Marcos 6, 1-6
Al irse Jesús de la casa de Jairo, volvió a
su tierra, Nazaret, y sus discípulos se fueron con él. Cuando llegó el sábado,
se puso a enseñar en la sinagoga y mucha gente lo escuchaba con estupor. Se
preguntaban: “¿De
dónde le viene todo esto? ¿De dónde esta sabiduría, y cómo salen esos milagros de
sus manos? Si no es más que el carpintero, el hijo de María, hermano de
Santiago, de José, de Judas y Simón. Y sus hermanas ¿no están aquí entre
nosotros? Se extrañaban y no querían darle
crédito. Jesús les dijo: “Un
profeta no es despreciado sino en su tierra, entre su parentela y en su propia
familia”.
Los
habitantes de Nazaret creían conocer bien a Jesús,
pues era un vecino más, un carpintero, sin estudios, de una humilde familia.
Por eso no podían admitir que fuera un profeta, y mucho menos el Profeta-Mesías
esperado, pues, según los estudiosos de las Escrituras, el Mesías debía
aparecer con gran poder y majestad, para asumir portentosamente el poder
político y religioso en el pueblo y librarlo de la opresión romana.
Profeta, en el lenguaje bíblico, no es
tanto quien predice el futuro, sino quien ve y valora las cosas, los
acontecimientos y a las personas con la mirada de Dios, y habla en su nombre.
El verdadero profeta es consciente de que Dios lo ha elegido para una misión en
medio del pueblo.
No nos sumemos a quienes se creen “muy
católicos” por el mero hecho de que tienen imágenes, comulgan, rezan, asisten a
procesiones, reuniones, ocupan puestos eclesiales o sociales de privilegio…,
pero no viven de fe, sino de apariencia; y si son señalados por el profeta, no
tratarán de mejorar, sino que intentarán eliminarlo como sea: difamación,
calumnia, cárcel, muerte...
Mas Dios saldrá a favor de su profeta,
devolviéndole la vida con la resurrección, mientras que a los verdugos les
llegará la hora de la ruina total y eterna de su vida.
El profeta está en riesgo constante, pues
debe denunciar a quienes manipulan, alienan y engañan a la gente limitada en
recursos culturales y de autodefensa. Y animar a ese pueblo a luchar contra el
engaño, por una vida y una sociedad más dignas, según los valores humanos y
cristianos.
Pero también hay falsos profetas. ¿Cómo
reconocerlos? “Por sus obras los conocerán”, nos dice Jesús.
No por sus palabras, ideas, ritos o apariencias.
Todo cristiano recibe en el bautismo la
vocación de profeta, para realizarla con la vida, la palabra y las obras. La
religión de sólo cumplimiento externo, es un escándalo y el mayor obstáculo
para vivir la fe y contagiarla; así como para vivir la relación filial con Dios
en comunicación salvífica con el prójimo.
La vida de unión con Cristo es la voz más
fuerte del profeta, pues en esa unión refleja al mismo Cristo que habla por él: “Quien
está unido a mí, produce mucho fruto”. “Quien los escucha a ustedes, a mí me
escucha”.
P. Jesús Álvarez