YO SOY EL PAN VIVO BAJADO DEL CIELO


     Domingo XIX durante el año - B - 9-8-2015  
                                                   
Quien coma de este pan, viviá eternamente

Los judíos murmuraban contra Jesús, porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo». Decían: «¿Acaso éste no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo?"» Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y Yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: "Todos serán instruídos por Dios". Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo Él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el Pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero éste es el pan que desciende del cielo, para que aquél que lo coma no muera. Yo soy el Pan Vivo bajado del cielo. El que coma de este pan, vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo».

Los judíos, rivales de Jesús, rehusaron reconocer en su persona algo más de lo que ellos ya sabían, y se negaron a admitir que un simple paisano suyo pudiera tener origen divino, según daba a entender Jesús: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. (Jn 6, 51). Además, si diera a comer su carne, estaría en contra de la Ley, que prohíbe comer carne humana.                                                                                                                             
Su cerrazón les impide reconocerlo como el enviado de Dios, pero Jesús reafirma: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive de vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54). Es la actitud de quienes sólo creen lo que está al alcance de sus sentidos, de sus de sus intereses y de sus planteamientos.
Pero “la fe tiene razones que la razón no conoce”, decía Pascal. A quien cree, le sobran razones para creer; a quien no quiere creer, no le bastan todas las razones del mundo, ni la evidencia, ni los milagros.
Hoy sigue siendo difícil creer y vivir la realidad de la Eucaristía, con todo lo que supone la fe en Cristo vivo Eucaristía: “Cuerpo y Sangre de Cristo entregados por vosotros” (1Cor, 11- 24), para librarnos del pecado y salvarnos, para acompañarnos hasta el fin del mundo.
Los paisanos de Jesús tenían ventaja sobre nosotros: lo veían a él y sus milagros; nosotros sólo vemos un poco de pan y vino… Pero “más dichosos son quienes creen sin haber visto” (Jn, 20, 29).
Y esa dificultad de creer se debe en parte a la falta de trato con Dios, que habla de continuo a nuestro corazón, pues “todos los hombres son instruidos por Dios” (Is 54:13). El Padre mismo nos exhorta en el Bautismo de Jesús y en la  Transfiguración: “Éste es mi Hijo muy amado: escúchenlo”. (Mt 17, 5).
Asimismo, resulta difícil creer en la Eucaristía como presencia de Jesús resucitado, porque implica el esfuerzo diario de imitar su vida. Sin embargo, de nada vale comulgar la hostia sin acoger a Cristo en la vida, sin poner en práctica su Palabra, sin amarlo en el prójimo, pues eso equivale a “tragarse la propia condenación”, como le sucede a quien lo come y bebe indignamente sin distinguir entre un trozo pan y la hostia consagrada.
Pero no hay en este mundo mayor felicidad que la de comulgar con fe y amor, y sintiendo que el Resucitado vive en nosotros, entre nosotros, sobre todo mediante la Eucaristía.
Es un serio imperativo verificar qué estamos haciendo con el “Pan vivo bajado del cielo”: ¿Lo acogemos como el Pan de Vida o nos contentamos con el rito externo de tragar la hostia consagrada y realizar algún rito?
El creyente que escucha la Palabra de Dios y la cumple, recibe con gratitud, amor el Pan eucarístico y ama a su prójimo, pues esas tres realidades son presencia privilegiada de Cristo resucitado. No se puede ser amigo de una persona si la amamos sólo en algunos lugares o tiempos.
Jesús eucaristía es el Pan de vida que elimina la muerte al injertar su vida divina en nuestra vida humana. Vida divina que vencerá nuestra muerte con la resurrección. ¡Qué dicha con sólo pensarlo!  Vale la pena hacer lo imposible para comulgar bien: con fe y amor
La fe en Cristo Jesús -que es Aacogerlo con amor como enviado por el Padre- es un don de Dios al alcance de todos, como afirma el mismo Jesús: “Al quien venga a mí, no lo rechazaré” (Jn 6, 36); “Estoy a la puerta llamando” (Apoc 3, 20). Sólo hay que abrirle con fe amante y renuncia a todo lo que obstaculiza nuestra relación de unión con Él, a fin de que nos abra las puertas etenas del Paraíso.
P.J.Álvarez
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