. . . .ALIMENTO DE VIDA ETERNA


Domingo 18º durante el año – B – 2/8/2009

Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?» Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es Él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello». Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en Aquél que Él ha enviado». Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: "Les dio de comer el pan bajado del cielo"». Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo». Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed». Jn 6, 24-35

Con los milagros Jesús quiere convencer a la gente de que él desea darles mucho más que el alimento físico: quiere darles el Pan que produce Vida eterna. Pero la gran mayoría no va más allá del hambre inmediata satisfecha sin trabajo y con el sólo sentarse y llevar la comida a la boca.

La mayoría de aquella gente se reúne alrededor de Jesús, pero no lo siguen. Buscan sus dones, pero no lo buscan a Él y su mensaje de salvación. Algo semejante pasa hoy con el cristianismo de muchos “cristianos” que no tienen interés alguno por imitar a Cristo y colocarlo por encima y en el centro de sus intereses. Cristianos sin Cristo. Cristianismo de pura apariencia, que desconcierta y escandaliza a los más débiles en la fe.

Jesús nos pide que trabajemos con esfuerzo e inteligencia, no sólo para ganarnos el pan de cada día, sino para asimilar el alimento que permanece y da la vida eterna: el Pan de la Palabra de Dios y el Pan de la Eucaristía. Ambos son presencia salvadora y privilegiada del Resucitado. Dios rechaza la magia, que consiste en conseguir favores sin esfuerzo alguno

El trabajo que Dios quiere es éste: que crean en quien Él ha enviado, Jesucristo. Que creamos en Cristo resucitado, que está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, para guiarnos por el camino de la salvación hacia el éxito total de la existencia. Él sabe muy bien lo que nos jugamos cada día: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?

El Padre desea ardientemente que nosotros, sus hijos muy queridos, trabajemos por el alimento que perdura, para así poder compartir con la Familia Trinitaria su misma vida eterna en fiesta sin fin.

Dios desea nuestro máximo bien, el mismo que nosotros anhelamos desde lo más profundo de nuestro ser, aunque no nos demos cuenta. Pero tal vez nos dejamos seducir por aparentes felicidades caducas, que nos alejan del camino de la vida eterna, la única donde se podrán saciar para siempre nuestra hambre y sed de felicidad.

Dios, que nos ha creado sin nuestra colaboración, no nos salvará sin nuestro esfuerzo libre, gozoso y tenaz para vivir una fe-adhesión amorosa que pone en el centro de nuestra vida, de las alegrías y penas a Cristo resucitado y presente, único Salvador nuestro, verdadero Pan bajado del cielo que da la vida al mundo y a cada uno de nosotros, si de veras nos abrimos a él.

La Eucaristía es el máximo medio de salvación que Dios pone a nuestro alcance; en ella Cristo nos admite a compartir con él cada día el misterio de la salvación a favor nuestro y del mundo entero. “Quien me come, vivirá por mí… tiene vida eterna”.


Éxodo, 16, 2-4. 12-15

En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. «Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, les decían, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea». Entonces el Señor dijo a Moisés: «Yo haré caer pan para ustedes desde lo alto del cielo, y el pueblo saldrá cada día a recoger su ración diaria. Así los pondré a prueba, para ver si caminan o no de acuerdo con mi ley. Yo escuché las protestas de los israelitas. Por eso, háblales en estos términos: "A la hora del crepúsculo ustedes comerán carne, y por la mañana se hartarán de pan. Así sabrán que Yo, el Señor, soy su Dios"». Efectivamente, aquella misma tarde se levantó una bandada de codornices que cubrieron el campamento; y a la mañana siguiente había una capa de rocío alrededor de él. Cuando ésta se disipó, apareció sobre la superficie del desierto una cosa tenue y granulada, fina como la escarcha sobre la tierra. Al verla, los israelitas se preguntaron unos a otros: «¿Qué es esto?» Porque no sabían lo que era. Entonces Moisés les explicó: «Éste es el pan que el Señor les ha dado como alimento».

¿Cuántas veces suspiramos como los hebreos por las cebollas de Egipto? Preferimos un camino fácil, aunque no lleve a ninguna parte, pero sí al fracaso final. El seguimiento de Cristo hacia la resurrección y la vida eterna no es camino de rosas. Por eso tendemos más a la esclavitud de las seguridades caducas que a la conquista de la libertad que nos asegura la vida eterna en “nuestra” patria eterna.

El hambre de infinito puede ser sofocada por la ansiedad de bienes finitos que nos desvían del feliz destino eterno. El apego posesivo a los dones de Dios nos lleva a ignorancia práctica del Dios de los dones. Es la pretensión necia de hacer consistir la felicidad y la salvación en los bienes caducos de la tierra, cuando sabemos que el único Salvador es Cristo, pues sólo él puede eternizar nuestra vida temporal con todo lo que tiene de bueno.

Cristo resucitado es el único capaz de saciarnos con el maná de su Palabra y de su Carne en la Eucaristía. Vivamos con fe estas intervenciones amorosas y presencias reales de Cristo en nuestra vida.


Ef 4,17. 20-24

Hermanos: Les digo y les recomiendo en nombre del Señor: no procedan como los paganos, que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos. Pero no es eso lo que ustedes aprendieron de Cristo, si es que de veras oyeron predicar de Él y fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús. De Él aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad.

San Pablo nos exhorta a que no andemos como los paganos que llevan una vida sin sentido, a merced del instinto y de los pensamientos frívolos, para terminar en la desesperación y en el vacío eterno, a pesar de abundar en riquezas y bienes, que al fin no valdrán de nada.
Es indispensable que nos dejemos llevar por el Espíritu, que nos hará posible el paso progresivo de un modo inconsistente de vivir a otro nuevo y más perfecto y feliz, mediante la conversión continua hacia Dios y hacia el prójimo. Es necesario despojarse cada día del hombre viejo y pecador, para revestirse continuamente de Cristo, que nos hace personas nuevas y libres, templos vivos de la Trinidad.

El ideal y la esencia de la vida cristiana es revestirse de Cristo, hasta que él se forme en nosotros, y podamos decir con san Pablo: "No soy el que vive, es Cristo quien vive en mí". Ahí está la santidad verdadera.

P. Jesús Álvarez, ssp
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