Domingo 5° de Cuaresma- C/
21-03-2010
Los maestros de la Ley y los fariseos le presentaron a Jesús una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La colocaron en medio le dijeron: "Maestro, esta mujer es una adúltera y ha sido sorprendida en el acto. En un caso como este, la Ley de Moisés ordena matar a pedradas a la mujer. Tú, ¿qué dices?" Les dijo: "Aquél de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra." Se fueron retirando uno tras otro, hasta que se quedó Jesús solo con la mujer, y le dijo: "Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?" Ella contestó: "Ninguno, Señor." Y Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar." Jn 8,1-11.
Quienes acusan y condenan, lo hacen porque se consideran mejores que los demás, haciéndose la ilusión que al ensañarse cpn los pecados ajenos se ocultan los propios.
Los acusadores habían planeado bien la trampa, seguros de que no iba a fallar. Pero Jesús, en silencio, se pone a escribir en el suelo con el dedo. Y de repente los encara: “Quien esté sin pecado, que tire la primera piedra”. Jesús les niega el derecho a erigirse en jueces y a la vez se niega a condenar a la mujer, dándoles así una doble lección de misericordia y de justicia.
Abochornados, se retiran uno tras otro. Empezando tal vez por los adúlteros presentes, que merecían la misma condena que pedían para la pecadora. Los acusadores se ven acosados.
¿Quién de nosotros no ha sido cómplice alguna vez de tanto cinismo hipócrita? Pretendemos pasar por buenos al ensañarnos con los pecados ajenos. ¿Cómo podemos rezar el Padrenuestro y pedir perdón con una conciencia tan mezquina?
Jesús no condena la conducta de la adúltera, pero tampoco la aprueba, sino que le pide conversión y no volver a pecar; que deje de hacerse daño a sí misma y a otros. Con aquella mirada misericordiosa de Jesús se vio curada para siempre. Ya no volvería a tener necesidad de llenar con pecados y pecadores el vacío de su vida.
El perdón y la misericordia son la única medicina contra el pecado ajeno y el nuestro. Es verdadero cristiano –seguidor e imitador de Cristo– quien lucha contra todo pecado con el ejemplo, la oración, la palabra, el perdón, el sufrimiento. Ésa es la mejor manera de contribuir a la conversión del pecador y de sí mismo.
Hay que dejar de pecar y dedicarse a implantar la cultura pascual del amor, de la misericordia y del perdón. Es el mejor servicio al mundo, a la sociedad, a la familia, al que peca, a nosotros mismos y a Dios…
Is 43,16-21 - Esto dice Yavé, que abrió un camino a través del mar como una calle en medio de las olas; que empujó al combate carros y caballería, un ejército con toda su gente; y quedaron tendidos, para no levantarse más, se apagaron como mecha que se consume. Pero no se acuerden más de otros tiempos, ni sueñen ya más en las cosas del pasado. Pues yo voy a realizar una cosa nueva, que ya aparece. ¿No la notan? Sí, trazaré una ruta en las soledades y pondré praderas en el desierto. Los animales salvajes me felicitarán, ya sean lobos o búhos, porque le daré agua al desierto, y los ríos correrán en las tierras áridas para dar de beber a mi pueblo elegido. Entonces el pueblo que yo me he formado me cantará alabanzas.
Si cada uno de nosotros repasa sin prejuicios la historia de la propia vida, descubrirá sin duda cuántas veces ha intervenido Dios para librarnos de peligros, de la muerte temporal y de la eterna con su perdón incansable. Siempre nos ha dado, nos da y nos cuida mucho más de lo que pensamos y le pedimos.
¡Cuánta ingratitud y falta de correspondencia amorosa y gozosa a ese amor infinito de Dios por nosotros!Sigamos agradeciendo a Dios con la vida y no sólo con la palabra, valorando sus bendiciones, y multiplicándolas para muchos otros; orando, ofreciendo y ayudando para que al fin nos haga el máximo milagro: darnos la resurrección y la vida eterna, nuestra “tierra prometida”. Eso es lo nuevo que Dios nos está preparando.
Flp 3,8-14 - Todo lo considero al presente como peso muerto en comparación con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. A causa de él ya nada tiene valor para mí y todo lo considero relativo mientras trato de ganar a Cristo. Y quiero encontrarme en él. Quiero conocerlo, quiero probar el poder de su resurrección y tener parte en sus sufrimientos; y siendo semejante a él en su muerte, alcanzaré, Dios lo quiera, la resurrección de los muertos. No creo haber conseguido ya la meta ni me considero un "perfecto", sino que prosigo mi carrera hasta conquistarlo, puesto que ya he sido conquistado por Cristo. Olvidando lo que dejé atrás, corro hacia la meta, con los ojos puestos en el premio de la vocación celestial; quiero decir, de la llamada de Dios en Cristo Jesús.
San Pablo tenía como máxima felicidad el “superconocimiento” amoroso de Cristo, con el anhelo de encontrarse con él por la resurrección; y a la vez se consideraba dichoso de compartir sus sufrimientos a favor de la salvación de los hombres. Decía: “Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo”.
Mas no por eso se consideraba perfecto, sino que era consciente de que debía continuar la carrera para conquistar a Cristo, como Cristo lo había conquistado a él. Sabía que le faltaba mucho, y no podía perder tiempo mirando para atrás, sino que se lanzaba hacia lo que todavía le faltaba por alcanzar en el acercamiento, conocimiento y gozo de su Señor.
Que este ejemplo maravilloso aumente en nosotros el ansia de conocer a Cristo y de compartir su cruz y su resurrección. Y si nos desaniman nuestros pecados, pidamos perdón sincero, y ocupemos nuestra mente con pensamientos de bien y nuestro corazón con sentimientos de amor y servicio a Dios en el prójimo.
Sepultemos lo pasado y lancémonos hacia delante en el conocimiento, en el trato, en la imitación y el amor a Cristo y a quienes Cristo ama.
P. Jesús Álvarez, ssp
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