Ascensión del Señor
16 de mayo
Les dijo Jesús a sus discípulos: - Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre los muertos al tercer día. Ahora yo voy a enviar sobre ustedes al que mi Padre prometió. Jesús los llevó hasta cerca de Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. (Lc. 24,46-53).
La Ascensión de Jesús constituye la cumbre de nuestra esperanza cierta: llegar, en unión con él y como él, a la resurrección y la eterna felicidad en la Casa del Padre.
“Subir al cielo” equivale al éxito total y final de la existencia humana; éxito que nos mereció Jesús con su encarnación, vida, pasión, muerte y resurrección; éxito que nosotros secundamos mediante las obras de bien y los padecimientos inevitables y la muerte, asociados a la cruz de Cristo; éxito que equivale a un salto inaudito en calidad de vida para mejor.
La misión de Cristo Jesús en esta vida estuvo hecha de amor, alegrías, penas y obras según la voluntad del Padre; y su misión es también nuestra misión, en las mismas condiciones, camino del éxito final de nuestra existencia.
Jesús ascendió al reino de los cielos después de haber echado las bases del reino de Dios en la tierra. Así nos enseña que el acceso al reino de Dios en los cielos sólo es posible a través del esfuerzo serio y eficaz con Jesús por implantar el reino de Dios en el hogar, en la sociedad y en el mundo.
En el testamento de Jesús el día de la Ascensión, nos dejó una consigna inaplazable para todos sus discípulos de ayer, de hoy y de siempre: compartir con Él su misión de evangelizar a todas las gentes, mediante la oración, el sufrimiento ofrecido, el ejemplo, la palabra, la acción y con todos los medios a nuestro alcance. Evangelizar a “todas las gentes” empieza por nosotros mismos, por el hogar, el trabajo, el centro de estudios, la política...
Alcanzamos a todo el mundo de manera especial en la Eucaristía, que nos hace posible compartir con Cristo su acción salvadora universal: “Cuerpo y Sangre ofrecidos por todos los hombres”. Él nos garantiza: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”, aunque no sepamos dónde, ni cómo, ni a quién llega salvación que Cristo realiza con nosotros y a través de nosotros.
Por otra parte, estaba reservada a nuestros tiempos la extraordinaria posibilidad de realizar al pie de la letra el mandato de Jesús: "Vayan por todo el mundo a predicar el Evangelio", a través de los medios de comunicación social.
P. Jesús Álvarez, ssp
Les dijo Jesús a sus discípulos: - Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre los muertos al tercer día. Ahora yo voy a enviar sobre ustedes al que mi Padre prometió. Jesús los llevó hasta cerca de Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. (Lc. 24,46-53).
La Ascensión de Jesús constituye la cumbre de nuestra esperanza cierta: llegar, en unión con él y como él, a la resurrección y la eterna felicidad en la Casa del Padre.
“Subir al cielo” equivale al éxito total y final de la existencia humana; éxito que nos mereció Jesús con su encarnación, vida, pasión, muerte y resurrección; éxito que nosotros secundamos mediante las obras de bien y los padecimientos inevitables y la muerte, asociados a la cruz de Cristo; éxito que equivale a un salto inaudito en calidad de vida para mejor.
La misión de Cristo Jesús en esta vida estuvo hecha de amor, alegrías, penas y obras según la voluntad del Padre; y su misión es también nuestra misión, en las mismas condiciones, camino del éxito final de nuestra existencia.
Jesús ascendió al reino de los cielos después de haber echado las bases del reino de Dios en la tierra. Así nos enseña que el acceso al reino de Dios en los cielos sólo es posible a través del esfuerzo serio y eficaz con Jesús por implantar el reino de Dios en el hogar, en la sociedad y en el mundo.
En el testamento de Jesús el día de la Ascensión, nos dejó una consigna inaplazable para todos sus discípulos de ayer, de hoy y de siempre: compartir con Él su misión de evangelizar a todas las gentes, mediante la oración, el sufrimiento ofrecido, el ejemplo, la palabra, la acción y con todos los medios a nuestro alcance. Evangelizar a “todas las gentes” empieza por nosotros mismos, por el hogar, el trabajo, el centro de estudios, la política...
Alcanzamos a todo el mundo de manera especial en la Eucaristía, que nos hace posible compartir con Cristo su acción salvadora universal: “Cuerpo y Sangre ofrecidos por todos los hombres”. Él nos garantiza: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”, aunque no sepamos dónde, ni cómo, ni a quién llega salvación que Cristo realiza con nosotros y a través de nosotros.
Por otra parte, estaba reservada a nuestros tiempos la extraordinaria posibilidad de realizar al pie de la letra el mandato de Jesús: "Vayan por todo el mundo a predicar el Evangelio", a través de los medios de comunicación social.
P. Jesús Álvarez, ssp
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