BAUTISMO, VIDA DE DIOS INJERTADA EN MÍ


Fiesta del Bautismo de Jesús
 9-1-2011

Un día fue bautizado también Jesús entre el pueblo que venía a recibir el bautismo. Y mientras estaba en oración, se abrieron los cielos: el Espíritu Santo bajó sobre él y se manifestó en forma corporal, como una paloma, y del cielo vino una voz: -Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección. (Lc. 3,15-16.21-22).
 
Jesús en el bautismo recibió la plenitud del Espíritu Santo para liberarnos de nuestras esclavitudes y pecados, y de la muerte eterna: “Dar la vista a los ciegos, oído a los sordos, libertad a los cautivos, resurrección a los muertos, y anunciar la buena noticia a los pobres”.

En el bautismo Jesús fue ungido por el Padre como sacerdote, que une al hombre con Dios; como profeta, que conoce e interpreta la historia y el mundo según Dios y habla en nombre de Dios; y como rey, que vive en libertad victoriosa frente a las fuerzas esclavizantes del mal.

El valor salvífico de nuestro bautismo procede del bautismo de Jesús, por el cual nos hace miembros de su Cuerpo místico, la Iglesia.

Nacemos hijos de Dios, pues de él recibimos la vida natural a través de los padres. Pero el bautismo injerta en nosotros la misma vida divina y eterna de Dios: el Padre nos declara hijos suyos, “conformes con la imagen de su Hijo”, hermanos de Cristo, nuevas criaturas predilectas de Dios, sanadas por el fuego del amor infinito de la Trinidad.

“Miren qué amor nos tiene el Padre, para llamarnos hijos suyos, pues lo somos”, exclama san Pablo con inmensa gratitud. El bautismo es eso: la gracia-amor de Dios que nos transforma en hijos suyos, semejantes a Jesús. En el bautismo la gracia de Dios invade toda nuestra persona.

Por el bautismo también nosotros somos constituidos sacerdotes, miembros del Pueblo Sacerdotal, la Iglesia, convertidos en ofrenda viva y agradable a Dios para la salvación de nuestros hermanos. Somos constituidos profetas, capaces de ver y comprender a las personas, las cosas y los acontecimientos con los ojos de Dios. Somos constituidos reyes, porque se nos da la libertad de los hijos de Dios, pues servir a Dios en el prójimo es reinar en el tiempo y en la eternidad.

¿En qué medida vivimos el sacerdocio bautismal, en la eucaristía y en la vida, sirviendo y amando a los otros como Jesús los ama y nos ama? ¿Vemos las cosas como Dios las ve, y vivimos como hijos suyos, y hermanos de Cristo, Rey universal?

¿Por qué tantos bautizados no se deciden a vivir como cristianos? Tal vez la catequesis no se fundamentó en lo que hace al cristiano: sacerdote, profeta y rey, unido a Cristo Resucitado presente, con todo lo que eso supone para la vida práctica.


Se necesita una catequesis más bíblica y vivencial en la preparación al bautismo:

- con la escucha y experiencia viva del Hijo resucitado y presente en la Biblia, en la Eucaristía, en el prójimo y en uno mismo;

- con la experiencia de ayuda al prójimo necesitado, como ayuda al mismo Cristo;

- y la experiencia profética de evangelizar ya desde niños, de modo que esas experiencias dejen huellas definitivas en el espíritu, en la vida y en la persona del bautizado, más allá de la “fiesta social”.

Así el bautismo se vivirá como lo que es: el inmenso don de la misma vida divina de Dios.

p.j.