San Pablo te dice
Hermanos: ¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo. ¡Que nadie se engañe! Si alguno de ustedes se tiene por sabio en este mundo, que se haga insensato para ser realmente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es locura delante de Dios. En efecto, dice la Escritura: «Él sorprende a los sabios en su propia astucia», y además: «El Señor conoce los razonamientos de los sabios y sabe que son vanos». En consecuencia, que nadie se gloríe en los hombres, porque todo les pertenece a ustedes: Pablo, Apolo o Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente o el futuro. Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios. (1Cor 3, 16-23).
Toda persona venida a este mundo nace como hija de Dios y como templo sagrado de Dios, por él construido al crearnos por medio de nuestros padres. Dios es más padre nuestro que nuestros padres físicos.
Las palabras de san Pablo son estremecedoras: “Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él”. Ya se trate del templo de la propia persona o de la persona del prójimo, porque esos templos son sagrados por ser obra de Dios y por su presencia en ellos. ¡Cuánto respeto sagrado nos debemos todos!
La sabiduría humana, los sabios de este mundo, no pueden entender ni aceptar estas verdades profundas, pues sus razonamientos son vanos. No pueden ver ni conocer más allá de lo que ven sus ojos, palpan sus manos o percibe su diminuta inteligencia.
Jamás la limitada sabiduría humana podrá llegar por sí sola a conocer esta sublime verdad: “El mundo, la vida, la muerte, el presente y el futuro, todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo de Dios”.
Al pertenecer a Cristo, él nos hace dueños de todo lo que es de Dios: vida y muerte, tiempo y eternidad, creación visible e invisible, tierra y cielo, y hasta el mismo Dios, que se nos da al hacernos templos suyos y al danos a su Hijo.
Es para exclamar extasiados: “Señor Dios nuestro, ¿qué es el hombre para que así te acuerdes de él y le des tanto poder?” Y: ¿cómo pagaré tanta bondad y tanto amor? “Amor con amor se paga”. Sí: sólo con viva gratitud temporal y eterna podremos gratificar en algo a Dios.
p.j.