Cuando vuelto hacia ti de mi pecado
iba pensando en confesar sincero
el dolor desgarrado y verdadero
del delito de haberte abandonado;
cuando pobre volvíme a ti humillado, 
me ofrecí como inmundo pordiosero;
cuando, temiendo tu mirar severo, 
bajé los ojos, me sentí abrazado.
Sentí mis labios por tu amor sellados
y ahogarse entre tus lágrimas divinas
la triste confesión de mis pecados.
Llenóse el alma en luces matutinas, 
y, viendo mis males perdonados, 
quise para mi frente tus espinas.
L. H.
 

