EL HOMBRE SE MIDE POR SU ESPERANZA





El valor de tu esperanza

Las distintas esperanzas humanas, que inspiran nuestras actividades diarias, corresponden al anhelo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón de los hombres.






Los seres humanos siempre estamos a la espera de algo. Por ejemplo, tenemos la esperanza de encontrar un buen trabajo, de obtener resultados excelentes en los estudios, de hallar la persona amada, de alcanzar la plena realización de nuestras vidas. Desde esta perspectiva, podemos decir, con Benedicto XVI, que «el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza» (Ángelus, 28 de noviembre de 2010).

Las distintas esperanzas humanas, que inspiran nuestras actividades diarias, corresponden al anhelo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón de los hombres (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1818). Por lo tanto, la esperanza cristiana purifica y ordena todas nuestras acciones hacia Dios, fuente perfecta y plena de amor y felicidad que colma todos nuestros anhelos en la vida temporal y sobre todo en la vida eterna.

Benedicto XVI, en la carta encíclica Spe Salvi, nos propone tres “lugares” para el aprendizaje y el ejercicio de la esperanza cristiana. En ese sentido, podemos hablar de un “gimnasio” para fortalecernos en la virtud de la esperanza cristiana, pues el materialismo y el consumismo, que asfixian nuestra sociedad, pueden opacar y debilitar la vivencia de esa virtud.

El primer “lugar” es la oración. En el diálogo íntimo y personal con Dios experimentamos la realidad y la cercanía de un Padre que escucha y nos habla. El contacto frecuente con el Señor, en la oración, reaviva y renueva nuestra esperanza porque nos acercamos con la convicción de que Dios siempre atiende nuestras súplicas y está dispuesto a ayudarnos, pues
«cuando no puedo hablar con ninguno (...) siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme (...) Él puede ayudarme». Sólo él puede y quiere librarme del dolor, del pecado, y sobre todo de la muerte mediante la resurrección, máximo objetivo de la esperanza plena.

El segundo “lugar” es la rectitud del obrar y el sufrimiento. El dolor y los padecimientos, tanto físicos como morales, son realidades connaturales a nuestra existencia humana. Cuando las tribulaciones se aceptan, no con una vana resignación, sino asociándolas a la cruz de Cristo, encontramos un camino de maduración, purificación y salvación eterna. Desde esta óptica, el sufrimiento adquiere un auténtico sentido salvífico a la luz del misterio de Cristo resucitado y así los padecimientos se pueden enfrentar con realismo y esperanza segura.

Finalmente, en tercer “lugar” está la reflexión constante sobre la eternidad. En este sentido, la realidad del juicio nos ayuda a ordenar la vida presente de cara al futuro, a la felicidad eterna. Además, ante muchos de los trágicos eventos que han marcado la historia humana, esperamos en la misericordia y la justicia divinas, pues tiene que existir Alguien que pueda responder «al sufrimiento de los siglos» y al «cinismo del poder». Algunos promotores de la violencia y de la injusticia podrán escapar en este mundo al juicio humano, pero ninguno al eterno juicio divino.

En conclusión, «el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza» (Spe Salvi, n. 23). Sólo Dios puede colmar totalmente todos nuestros anhelos y esperanzas.

¿Cuáles son mis esperanzas?, ¿a dónde tienden mi corazón y mis ojos? La estatura moral y espiritual del hombre se puede medir por aquello que espera (cf. Benedicto XVI, Ángelus, 28 de noviembre de 2010).



¡Vence el mal con el bien!