FELICES LOS SENCILLOS
En aquella ocasión exclamó Jesús: - Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado.
Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer.
Vengan a mí todos los que andan cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana. (Mt 11, 25-30).
Jesús da gracias al Padre porque la gente sencilla comprende y acoge con fe su mensaje de amor, perdón y salvación; mientras que los sabios y entendidos en las Escrituras, creyéndose los únicos dueños de la verdad y de toda la verdad, no aceptan ni valoran la novedad de la enseñanza de Jesús, el Hijo de Dios. En su autosuficiencia y orgullo no soportan que nadie pueda saber ni ser escuchados más que ellos. Por eso, al rechazar a Jesús, el único que conoce de verdad al Padre, el único que puede revelarlo, y el único que puede salvar-, siguen cerrando su mente y endureciendo su corazón.
A Dios no se le puede conocer por la sola ciencia o la teología. A Dios se lo conoce principalmente por la experiencia y el amor filial, por el trato de amistad de persona a persona con Él en la oración y en la contemplación. Es un conocimiento vivencial y gozoso. Igual que pasa con las personas: sólo podemos conocerlas de verdad si las amamos y las tratamos en diálogo abierto, confiado.
En lenguaje bíblico conocer y amar tienen casi el mismo significado. La ciencia puede ayudar al conocimiento de Dios y del hombre, si va de la mano con la sencillez, la humildad y el amor; pero aleja de Dios y del prójimo cuando pretende tener la exclusiva del todo el saber sobre Dios, sobre el hombre y sobre la creación.
Jesús no excluye a los sabios; son ellos los que pueden excluirse a sí mismos cerrándose en su limitado saber como si fuera absoluto y único. La fe es una sabiduría superior; es un don divino, que es amor y creencia a la vez. La fe no se gana ni se merece, sino que se pide, se acoge, se vive y se agradece.
Jesús se alegra de que los sencillos, los pobres, los oprimidos y explotados acojan su mensaje de esperanza, alegría y sentido total de sus vidas y de sus sufrimientos. Ellos saben que Dios los ama a pesar de todo, y que ha enviado a su Hijo para redimirlos y ofrecerles el perdón, la resurrección y la salvación.
En la pobreza y sencillez hay espacio para Dios y también para el prójimo, a quien se alcanza con un conocimiento más verdadero y profundo. En la pobreza y la sencillez se conoce a Dios como Padre amoroso, y al prójimo como hijo de Dios, el título y la realidad más profunda del hombre.
El Maestro nos dice que acudamos a él en el cansancio y en todo sufrimiento, porque Él nos aliviará, dando sentido de esperanza y de vida al sufrimiento. Él carga nuestra cruz con nosotros, como manso y humilde compañero de camino, de alegrías y penas.
Jesús pide más que los escribas y fariseos o las autoridades religiosas, que cansan al pueblo con sus doctrinas y leyes que imponen pero no cumplen. Jesús da fortaleza, consuelo, seguridad, paz y alegría para realizar lo que pide. Jesús nos da dos mandamientos que incluyen todos los demás: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como él lo ama. En eso consiste nuestra felicidad en el tiempo y en la eternidad.
¿Pertenecemos al grupo de los sencillos y ¿humildes que acogen a Jesús y su mensaje en la vida diaria, por más que tengamos ciencia y sepamos teología? Pidamos a Jesús que nos dé a conocer al Padre por el amor. Y que en Él encontremos esperanza, sentido de felicidad y descanso entre las dificultades, sufrimientos, que se convertirán en alegría.
p. j.