Nace en la primera mitad del siglo III. Huesca, Valencia y Córdoba (España) se disputan su cuna. Muy joven viaja a Roma, y el Papa Sixto II lo nombra su primer diácono administrador.
En el 257 el emperador Valeriano desata una cruel persecución. Sixto es conducido a la cárcel para ser martirizado. Por el camino le sale al encuentro Lorenzo y el Papa le dice: “A ti, hijo mío, te aguardan más rigurosos suplicios y más gloriosa victoria. Anda a repartir a los pobres los tesoros de la Iglesia”.
Los verdugos hicieron saber al prefecto romano que Sixto había hablado con Lorenzo sobre los tesoros de la Iglesia, y sin más exige al diácono que le entregue esos tesoros. Lorenzo le pide tres días para juntarlos y llevárselos.
Cuando llevan a Sixto para ser degollado, Lorenzo le dice que ha cumplido sus órdenes repartiendo los bienes. Al día siguiente el diácono, con una procesión de pobres, ciegos, cojos, mancos a quienes había socorrido con los bienes de la Iglesia, se presenta al prefecto diciendo: “Estos son los tesoros de la Iglesia”.
Al sentirse burlado, el gobernante ordena someterlo a crueles suplicios. Lorenzo no emite ni un solo lamento. Por fin lo acuestan sobre una parrilla al rojo vivo. Tampoco muestra signos de dolor, y reta al tirano: “Ya estoy asado por una parte; que me den vuelta y come”. Por fin expira exclamando: “Gracias te doy, Señor y Dios mío, porque me has concedido entrar por las puertas de tu bienaventuranza”.
Era el 10 de agosto del 258. San Lorenzo es uno de los mayores y más célebres mártires de la Iglesia.
En el 257 el emperador Valeriano desata una cruel persecución. Sixto es conducido a la cárcel para ser martirizado. Por el camino le sale al encuentro Lorenzo y el Papa le dice: “A ti, hijo mío, te aguardan más rigurosos suplicios y más gloriosa victoria. Anda a repartir a los pobres los tesoros de la Iglesia”.
Los verdugos hicieron saber al prefecto romano que Sixto había hablado con Lorenzo sobre los tesoros de la Iglesia, y sin más exige al diácono que le entregue esos tesoros. Lorenzo le pide tres días para juntarlos y llevárselos.
Cuando llevan a Sixto para ser degollado, Lorenzo le dice que ha cumplido sus órdenes repartiendo los bienes. Al día siguiente el diácono, con una procesión de pobres, ciegos, cojos, mancos a quienes había socorrido con los bienes de la Iglesia, se presenta al prefecto diciendo: “Estos son los tesoros de la Iglesia”.
Al sentirse burlado, el gobernante ordena someterlo a crueles suplicios. Lorenzo no emite ni un solo lamento. Por fin lo acuestan sobre una parrilla al rojo vivo. Tampoco muestra signos de dolor, y reta al tirano: “Ya estoy asado por una parte; que me den vuelta y come”. Por fin expira exclamando: “Gracias te doy, Señor y Dios mío, porque me has concedido entrar por las puertas de tu bienaventuranza”.
Era el 10 de agosto del 258. San Lorenzo es uno de los mayores y más célebres mártires de la Iglesia.
Hoy la Iglesia católica sigue siendo la entidad mundial que más necesitados socorre, sobre todo a través de sus organizaciones parroquiales, diocesanas, nacionales e internacional de Cáritas: niños con hambre, abandonados, abusados, explotados, enfermos de toda clase de enfermedades, pobres, encarcelados, inválidos..., y no sólo con recursos económicos, sino con la entrega incondicional de millones de personas consagradas al servicio de los necesitados.
P. J.