B-2012
En aquel tiempo, muchos de los que habían
llegado para la fiesta, se enteraron de que Jesús también venía a Jerusalén.
Entonces tomaron ramos de palma y salieron a su encuentro gritando: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito el rey de Israel!” Unos discípulos le llevaron un burrito y
Jesús se montó en él, según dice la Escritura: “No
temas, ciudad de Sión; mira que viene tu rey montado en un burrito”. Los
discípulos no comprendieron esto en aquel momento, pero cuando Jesús fue
glorificado, se dieron cuenta de que habían hecho con él lo que estaba escrito.  Jn 12, 12-16.
El Domingo de Ramos, que abre la Semana Santa , nos invita
a una seria, sincera y gozosa toma de conciencia sobre la calidad cristiana, o
menos cristiana, de nuestras vidas en todas sus manifestaciones y dimensiones.
Que no engrosemos el grupo de quienes van a las
iglesias el Domingo de Ramos, sólo o sobre todo, para llevarse su ramo bendecido,
al que atribuyen cualidades mágicas; pero, de hecho, ignoran a Cristo, Rey del
Domingo de Ramos y de la
 Semana Santa , y Autor de toda bendición y de todo lo creado.
A
semejanza de muchos judíos, que aclamaron a Jesús camino de Jerusalén, y a los
pocos días pidieron su muerte, muchos aclaman hoy a Cristo en las iglesias y
procesiones, y luego lo crucifican en el prójimo, en el hogar, en la educación,
en el trabajo, en la política, en el comercio, en los medios de comunicación
social…
Pero también son muchos los que, en Semana Santa, se
encuentran con Cristo muerto y resucitado, que hoy sigue sufriendo en los
pobres, enfermos, marginados, encarcelados, víctimas de injusticias, de violencia,
de violación, de hambre… Y muchos otros cristos sufrientes, crucificados con Cristo,
y que con él se ofrecen por la salvación del prójimo y del mundo.
En este domingo se lee la Pasión  de Cristo, que narra
el abandono y la traición, incluso por parte de amigos. Y hoy se multiplican
por millones los calvarios de traiciones, abandonos y vejaciones a hijos,
madres, padres, abuelos, niños, adolescentes, jóvenes, pobres, enfermos,
marginados, necesitados…
Los Pilatos siguen lavándose las manos, y los
verdugos y asesinos no saben lo que hacen, o no quieren saberlo; pero todo el
mal que hacen al prójimo, recaerá un día sobre ellos, si no lo reparan a
tiempo.
Pero preguntémonos si tal vez nosotros mismos nos
parecemos a Pilatos y a los verdugos con la indiferencia, el rencor, el
desprecio, la difamación, la traición. Tomemos  en serio la palabra de Jesús:
“Con la misma medida que midieren, serán medidos”.
Pensemos también en esa inmensa multitud de
cristos vejados y crucificados de mil maneras, que sufren sin volver mal por
mal, en paz y esperanza, perdón y misericordia, asociando esas penas injustas a
la cruz de Cristo, camino hacia la resurrección y la felicidad eterna.
La muerte
no es el final de la vida, sino el principio de la vida sin final. Cruz y
muerte abren la puerta luminosa de la resurrección y la vida eterna. No podemos
quedarnos en el viernes santo, con un Cristo muerto y fracasado, pues Jesús, al
vencer la muerte, alcanzó el éxito total de su vida con la resurrección, que
nos ganó también para nosotros, como éxito total de nuestra existencia terrena.
Solamente si se cree en la Resurrección , la Semana Santa  es de
verdad santa; de lo contrario, sería folklore pagano, aborrecido. Toda la
Semana santa tiene por fin la Resurrección y consolidación de nuestra fe en
Cristo resucitado presente.
P.J.
 

