Madre del Hijo de Dios y Madre nuestra



























LOS DOLORES DE NUESTRA MADRE MARÍA

La Virgen María, con su “Hágase en mí según tu palabra”, acepta todas las consecuencias dolorosas y gozosas de su misión como Madre del Redentor. Santa Isabel le profetiza felicidad: “Feliz tú, por haber creído”; y Simeón le profetiza sufrimiento: “Una espada te atravesará el alma”.

    María participa durante toda su vida en la obra de nuestra redención protagonizada por su Hijo, desde la concepción hasta la pasión y muerte de Jesús. Pero al fin comparte también con Jesús el premio eterno de la resurrección y la gloria mediante la Asunción. 

        María vive en su corazón los atroces sufrimientos redentores de su Hijo, quien la invita a engendrar, como en atroces dolores de parto, a la humanidad en la persona de san Juan: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. El cambio no la favorece, pero Ella acepta el testamento de Jesús, que nos la da como madre. 

        La maternidad de María supera a la maternidad natural, como la vida divina que Ella nos dio, supera a la vida humana recibida de nuestra madre física. Esa vida divina se injerta en vida natural y la  hace eterna. Sólo así vale la pena haber nacido. 

      Tenemos como madre a la misma Madre del Hijo de Dios! Si la perdiéramos a Ella, perderíamos también, para siempre, a nuestra madre natural y la vida que ésta nos transmitió.

Jesús, en la hora final, concédeme, por tu Madre, la palma de la victoria. Cuando llegue mi muerte, yo te pido, oh Cristo, por tu Madre y mía, alcanzar la victoria eterna. Lo mismo te pido para quienes amo.

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