MÁS VALE PREVENIR
QUE LAMENTAR
Domingo 26° durante el año-B- 30-09-2012
Evangelio  Mc 9, 38-43
Juan le dijo a Jesús:"Maestro, hemos visto a uno que hacía uso de
tu nombre para expulsar demonios, y hemos tratado de impedírselo, porque no anda
con nosotros."Jesús
contestó: "No se lo
prohíban, ya que nadie puede hacer un milagro en mi nombre y luego hablar mal
de mí. El que no está contra nosotros está con nosotros. Y cualquiera que les
dé de beber un vaso de agua porque son de Cristo, yo les aseguro que no quedará
sin recompensa." "El que haga caer a uno de estos pequeños que creen
en mí, sería mejor para él que le ataran al cuello una gran piedra de moler y
lo echaran al mar. Si tu mano te está haciendo caer, córtatela; pues es mejor
para ti entrar con una sola mano en la vida, que ir con las dos al fuego que no
se apagrá jamás”.
Los
discípulos de Jesús pretendían tener el monopolio de los milagros, de la
verdad, del bien, de la fe, de la salvación y hasta del mismo Dios. El móvil
solapado era el dominio y los privilegios, no el servicio humano y salvífico a
favor de la humanidad.
Lamentablemente
eso sigue dándose hoy en tantos grupos de la Iglesia católica, de las iglesias
hermanas, de otras confesiones religiosas y de las sectas.
Gracias
a Dios, el Espíritu Santo sopla donde quiere y como quiere, mucho más allá de
los cálculos y límites de los acaparadores y sectarios, “gente bien”, que creen
ser los únicos dueños de la verdad y de toda la verdad.
¿Vamos
a sentirnos recelosos porque la salvación de Dios, de Jesús, no pase en
exclusiva por nuestros grupos, por nuestros reducidos criterios y esquemas.
Más
bien sintámonos felices porque Dios rompe esas barreras, y alabémoslo con
gratitud porque así lo hace, y sobre todo porque nos ofrece la posibilidad de
compartir su obra de salvación universal en unión con nuestro Redentor,
mediante todos los recursos a nuestro alcance: oración, palabra, obras, ejemplo
y padecimientos asociados a los que Cristo ofreció “por ustedes y por todos
los hombres”.
La obra de
salvación más eficaz y universal es la Eucaristía, pues en ella se nos ofrece
la posibilidad de compartir con Cristo mismo la salvación de la humanidad,
sumándonos al sacrifico eucarístico como ofrendas vivas,
santas y agradables al Padre.
A partir de la
Eucaristía, Cristo hace llegar su salvación más allá de todas las fronteras
geográficas, religiosas, de raza, de clases. Y desde la Eucaristía nos admite a
compartir con Él la insondable obra de la salvación universal.
Por
ahí van los caminos del ecumenismo, de un sano pluralismo, que llevará a
realizar el anhelo de Jesús: “Padre, que todos sean uno”; “Que
haya un solo rebaño bajo un solo Pastor”. Firmes en la fe, hay que
admirar, acoger y apoyar todo lo bueno, esté donde esté y venga a través de quien
venga, pues el bien sólo puede proceder del Espíritu Santo.
Jesús
nos habla hoy también del escándalo, que consiste en inducir a otros al mal, con malas
acciones, palabras, gestos, actitudes u omisiones, destruyendo la fe en el
corazón de los sencillos. Jesús considera el escándalo de tan extrema gravedad,
que afirma que más valdría ser arrojados al fondo del mar, antes que fracasar
la vida en el tormento eterno a causa del escándalo.
Cuánto
debemos orar, trabajar y ofrecer las cruces – y sobre todo la Eucaristía - por
la salvación de los que hemos escandalizado, tal vez de mil maneras, durante
nuestra vida!     
El
Señor se refiere igualmente al escándalo personal al que nos puede llevar el
instinto mediante los ojos, los oídos, el tacto, gusto con riesgo de perderse a
sí mismo y perder la herencia eterna que Cristo nos ganó con su vida, pasión,
muerte y resurrección.
Por
eso pedimos una y otra vez en el Padre nuestro: “No nos dejes caer en
tentación y líbranos de mal”. Líbranos sobre todo del máximo mal: perderte
a ti, suma Felicidad sin fin, y perderse a sí mismo en el tormento de la
infelicidad eterna. Más vale ir al cielo mancos, cojos o ciegos (pues se
curarán con la resurrección, como Cristo), que al infierno con todos los
miembros.
Vale
más ser prevenidos en tiempo que lamentarse eternamente.
p.j.a.,
ssp
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