MENSAJE DEL PAPA 
BENEDICTO XVI
PARA LA 50ª JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR 
LAS VOCACIONES
21 de abril
2013
Tomamos sólo algunos pensamientos del Mensaje
Tema: Las vocaciones, signo de esperanza fundada sobre la fe     
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Queridos hermanos y hermanas: 
«El problema del número suficiente de
  sacerdotes –subrayó el Pontífice Pablo VI– afecta de cerca a todos los
  fieles, no sólo porque de él depende el futuro religioso de la sociedad
  cristiana, sino también porque este
  problema es el índice justo e inexorable de la vitalidad de la fe y del amor de cada
  comunidad parroquial y diocesana, y testimonio de la salud moral de las
  familias cristianas. Donde son numerosas las vocaciones al estado
  eclesiástico y religioso, se vive generosamente de acuerdo con el Evangelio» (Pablo
  VI, Radiomensaje, 11 abril 1964). 
Jesús resucitado, que vive en la
  comunidad de discípulos que es la Iglesia, también hoy llama a seguirlo. Y
  esta llamada puede llegar en cualquier momento. También ahora Jesús repite:
  «Ven y sígueme» (Mc 10,21).  
Seguir a Cristo significa sumergir la propia voluntad en la voluntad de Jesús, darle
  verdaderamente la precedencia, ponerlo en primer lugar frente a todo lo que
  forma parte de nuestra vida... Esta
  comunión de vida con Jesús es el «lugar» privilegiado donde se experimenta la
  esperanza y donde la vida será libre y plena. 
Las vocaciones
  sacerdotales y religiosas nacen de la experiencia del encuentro personal con
  Cristo, del diálogo sincero y confiado con él, para entrar en su voluntad. Es necesario, pues, crecer en la experiencia de fe, entendida como
  relación profunda con Jesús, como escucha interior de su voz, que resuena
  dentro de nosotros.  
Este itinerario, que hace
  capaz de acoger la llamada de Dios, tiene lugar dentro de las comunidades
  cristianas que viven un intenso clima de fe, un generoso testimonio de
  adhesión al Evangelio, una pasión misionera que induce al don total de sí
  mismo por el Reino de Dios, alimentado por la participación en los
  sacramentos, en particular la Eucaristía, y por una fervorosa vida de
  oración.  
La oración constante y
  profunda hace crecer la fe de la comunidad cristiana, en la certeza siempre
  renovada de que Dios nunca abandona a su pueblo y lo sostiene suscitando
  vocaciones especiales, al sacerdocio y a la vida consagrada, para que sean signos de esperanza para el mundo.  
En efecto, los
  presbíteros y los religiosos están llamados
  a darse de modo incondicional al Pueblo de Dios, en un servicio de amor al
  Evangelio y a la Iglesia, un servicio a aquella firme esperanza que sólo
  la apertura al horizonte de Dios puede dar. Por tanto, ellos, con el testimonio de su fe y con su
  fervor apostólico, pueden transmitir, en particular a las nuevas
  generaciones, el vivo deseo de responder generosamente y sin demora a Cristo
  que llama a seguirlo más de cerca. 
La respuesta a la llamada divina
  por parte de un discípulo de Jesús para dedicarse al ministerio sacerdotal o
  a la vida consagrada, se manifiesta como uno de los frutos más maduros de la
  comunidad cristiana. La comunidad cristiana necesita
  siempre de nuevos obreros para la predicación del Evangelio, para la
  celebración de la Eucaristía y para el sacramento de la reconciliación.  
Por
  eso, que no falten sacerdotes celosos,
  que sepan acompañar a los jóvenes como «compañeros de viaje» para ayudarles a
  reconocer, en el camino a veces tortuoso y oscuro de la vida, a Cristo,
  camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6); para
  proponerles con valentía evangélica la belleza del servicio a Dios, a la
  comunidad cristiana y a los hermanos. Sacerdotes que muestren la fecundidad
  de una tarea entusiasmante, que confiere un sentido de plenitud a la propia
  existencia, por estar fundada sobre la fe en Aquel que nos ha amado en primer
  lugar (cf. 1Jn 4,19).  
Igualmente, deseo que los jóvenes, en medio de tantas propuestas superficiales y
  efímeras, sepan cultivar la atracción hacia los valores, las altas metas, las
  opciones radicales, para un servicio a los demás siguiendo las huellas de
  Jesús.  
Queridos jóvenes, no
  tengáis miedo de seguirlo y de recorrer con intrepidez los exigentes senderos
  del amor y del compromiso generoso. Así seréis felices de servir, seréis
  testigos de aquel gozo que el mundo no puede dar, seréis llamas vivas de un
  amor infinito y eterno, aprenderéis a «dar razón de vuestra esperanza» (1 P 3,15). 
BENEDICTO XVI 
Vaticano, 6 de octubre de 2012 
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