LA GLORIA DE CRISTO Y EL MANDAMIENTO NUEVO
Domingo 5° de
Pascua- C / 28-04-2013
Jn 13, 31-35 -
Cuando Judas salió, Jesús dijo: "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y
Dios es glorificado en él. Por lo tanto, Dios lo va a introducir en su propia
Gloria, y lo glorificará muy pronto. Hijos míos, yo estaré con ustedes por muy
poco tiempo. Me buscarán, y como ya dije a los judíos, ahora se lo digo a
ustedes: donde yo voy, ustedes no pueden venir. Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los
he amado. En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos
a otros." 
Jesús, en la
inminencia de su pasión, está de despedida y dice a los discípulos que de
momento ellos no pueden ir con Él a la muerte; pero, una vez resucitado, los
acompañará en sus obras de evangelización y salvación a favor de los hombres, y
les dará la fortaleza de imitarlo hasta el amor más grande: “Dar la vida por
los que se ama” (Jn 15, 13), para recobrarla de manos del Padre.
Al recuperar la
vida como él a través de la resurrección, los discípulos encontrarán a Jesús
para siempre en la gloria eterna. Y como fue para los discípulos de entonces,
lo será también para los de hoy, para nosotros, si lo imitamos como ellos.
De camino hacia su
glorificación por la muerte y la resurrección, Jesús deja a los discípulos su
testamento de amor: “Ámense unos a otros como yo los amo” (Jn 15, 12). 
No es un consejo,
sino un mandamiento, síntesis de todos los mandamientos. Cumplido ese
mandato, todos los demás están cumplidos: “Ama y haz lo que quieras”, decía san
Agustín. Sólo podemos salvarnos y salvar a otros mediante el amor salvífico al
prójimo fundado en el amor de gratitud a Dios.
Éste es el amor
verdadero que da plenitud a la vida, nos hace cristianos adultos, felices en el
tiempo y en la eternidad, y da fuerza de salvación a nuestra vida y obras. A
este amor se refiere san Pablo: “Si no tengo amor, nada soy” (1Cor 13, 2).
El amor cristiano
es amar al prójimo como Cristo lo ama. Ése es el amor pleno, que nos da la
fuerza de entregar la vida por quienes amamos, como Él lo hizo.
Este amor nos hace
testigos de la presencia de Cristo resucitado, acogido entre los suyos unidos
por la fe y el amor. “En esto reconocerán todos que ustedes son discípulos
míos: en que se aman unos a otros” (Jn 13, 35). 
Ningún otro signo es
convincente fuera del amor. Ni siquiera la Eucaristía, que puede hacerse
escándalo si no se celebra y no se vive con amor fraterno. 
El amor cristiano
(amar incluso sin ser amados) es la característica que nos distingue frente a otras religiones. Sólo el amor de gratitud a Dios y el amor salvífico al prójimo pueden asegurarnos la felicidad en este mundo, a pesar de las penas, y la resurrección para la vida eterna. 
Nada es tan tristemente grave como el no
vivir en ese amor. Es necesario decidirse a pedirlo con insistencia, cultivarlo y gozarlo.
P. J. A.
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