El AMOR y la PAZ  de JESÚS
Domingo 6° de Pascua-C / 05-05-2013
Jesús dijo: "Si alguien me ama, guardará
mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra
mora-da en él. El que no me ama, no guarda mis palabras; pero el mensaje que
escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho todo esto
mientras estaba con ustedes. En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que
el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les
recordará todo lo que yo les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz
que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia
ni miedo”.
¿Quién no desearía estar de continuo con la
persona a la que más se ama y que más le ama? Y esa persona que más nos ama es
el mismo Jesús resucitado, presente en nuestra persona, según su promesa
infalible: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 16, 20).  
Pero ¿es de verdad que Jesús es la persona a
quien más amamos, en cuyo amor creemos y deseamos estar con Él como Él desea
estar con nosotros…?
Jesús hace una promesa inaudita a quienes lo
aman de verdad: “Quien me ame, guardará mis palabras, lo amará mi Padre,
vendremos a él y fijaremos nuestra morada en él” (Jn 14, 23). ¡Inaudita e
increíble promesa para la mente humana! Pero nos asegura la misma palabra de
Jesús: “Para Dios no hay nada imposible” (Mt 18, 27). 
¡Somos templo de la Santísima Trinidad! No hay
dignidad tan grande como ésa. “Te buscaba por fuera y tú estabas dentro de mí”
(San Agustín).
Ese gran misterio de vida, amor, luz y vida
divina debe llenarnos de júbilo, paz, gratitud y esperanza invencibles. Mas es
indispensable pedir la luz del Espíritu Santo para creerlo y vivirlo. Es el
cielo ya en la tierra.
Y no se trata de un privilegio exclusivo de
místicos y santos que, por lo demás, son los que mejor han vivido esa sublime
realidad; sino que se trata de una experiencia puesta por el mismo Dios al
alcance de todo creyente. Y más aun: es necesario creer en la Trinidad,
-nuestra eterna Familia de origen y de destino-,  y amarla para ser creyente de
verdad. 
Ante tan “divina” oferta del amor de Dios,
sólo nos queda abrirnos humildemente agradecidos, pidiendo al Espíritu Santo
nos capacite para ser templo donde la Trinidad se encuentra de veras a gusto, y
nosotros a gusto con Ella, en una relación sencilla, humilde, amorosa, íntima y
permanente con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, que se abajan a
vivir en nosotros. 
Es necesario meditar y vivir esta inaudita
promesa de nuestro Salvador. Por su parte Dios no falla; pidámosle en nombre de
Jesús no fallar nosotros por indiferencia o incredulidad ante esa infinita
condescendencia divina.
Nuestros pecados pasados y presentes no pueden
impedir este milagro divino, sino que son eliminados por ese amor mutuo con la
Trinidad: “Se le perdonó mucho, porque amó mucho” (Lc 7, 47), dijo Jesús
saliendo en defensa de una gran pecadora. 
Jesús nos libra de la angustia con la oferta
de su paz: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No
se inquieten por nada ni teman!” (Jn 14, 27). ¿Cómo inquietarse y temer,
sabiendo que la Trinidad, tierno poder infinito, habita en nosotros y está
totalmente a nuestro favor? Por más que a veces nos parezca todo lo contrario. 
La Eucaristía (que significa acción de
gracias) es el gesto máximo de la presencia trinitaria y de nuestra gratitud y
amor a Dios por ese misterio entrañable: “Quien me come, vivirá por mí” (Jn 6,
57). Y su último gesto de amor será el llamarnos por la resurrección a
compartir su Vida Trinitaria. No podemos desperdiciar tan grande privilegio y
milagro permanente.
Jesús Álvarez, ssp
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