¡Hipócritas! ¿Por qué me provocan?
Domingo 29º del tiempo ordinario-A / 19-10-2014
Los fariseos se reunieron para ver juntos
el modo de atrapar a Jesús en sus propias palabras. Le enviaron, pues,
discípulos suyos junto con algunos partidarios de Herodes a decirle: - Maestro, sabemos que eres
honrado, y que enseñas con sinceridad el camino de Dios. No te preocupas por
quién te escucha, ni te dejas influenciar por nadie. Danos, pues, tu parecer:
¿Está contra la Ley pagar el impuesto al César? ¿Debemos pagarlo o no? Jesús se dio cuenta de sus malas
intenciones y les contestó: - ¡Hipócritas! ¿Por qué me
provocan? Muéstrenme la moneda que se les cobra. Y ellos le mostraron un
denario. Entonces Jesús
preguntó: -¿De quién es esta cara y el
nombre que lleva escrito? Contestaron: - Del César. Jesús les replicó: - Paguen, pues, al César lo que
es del César, y den a Dios lo que es de Dios. Mt 22, 15-22.
Los fariseos le
tienden a Jesús una trampa para hacerlo caer, y así tener un pretexto para
condenarlo, como ya lo tenían decidido. Jesús los sorprende con una respuesta
que no se esperaban: a cada cual lo suyo.
En
el Catecismo de la Iglesia
se dice que es un deber del cristiano pagar impuestos; como es también un deber
exigir al gobierno que utilice los impuestos en favor del pueblo, del bien
común, con justicia, y no vayan a engrosar las cuentas personales.
El ciudadano tiene
que dar al Estado lo que es del Estado y a Dios lo que es de Dios. Él quiere
que gocemos con gratitud y orden sus dones, y apoyemos al prójimo con parte de
lo que nos da, y no sólo con bienes materiales, sino también con valores
indispensables, como son la vida y la verdad, la justicia y la paz, la libertad
y el amor, la solidaridad y el progreso, la fe y la salvación. Lo que
hacemos por el prójimo, Dios lo considera hecho a Él mismo.
El
cristiano no puede ser insensible frente a las injusticias, atropellos,
violaciones, mentiras, manipulaciones, corrupción, guerras…, que sufren sus
hermanos. No puede cruzarse de brazos esperando a que actúen los otros allí
donde él puede y debe actuar.
Un ciudadano
cristiano que educa y cuida bien a sus hijos, y un político que se interesa de
verdad por el bien del pueblo, por la paz y la justicia, ambos hacen el bien, y
testimonian su fe viviendo el amor social anclado en el amor a Dios.
El
reino de Dios y el servicio al prójimo empiezan por casa, y se extienden a todo
nuestro ámbito de acción e influencia, mediante la fe testimoniada con las
obras.
La fidelidad total
de Jesús al amor a Dios, a la sociedad, al hombre, lo puso en el camino de la
cruz y de la
resurrección. Lo mismo les sucedió, sucede y sucederá a muchos otros a través de los siglos, en
especial a los mártires, que compartieron y comparten hoy heroicamente la cruz
de Cristo, para compartir su resurrección gloriosa.
Ése
es también nuestro camino para alcanzar el éxito final a través de la cruz
ofrecida cada día, para alcanzar la resurrección y a la gloria eterna. No es
cristiano temer la muerte sin la esperanza de la resurrección.
Tenemos que
trabajar con Cristo por el reino de Dios y el bien social, el bien de los
hermanos, que son hijos de Dios. El amor social es amor cristiano en grande. Es
compartir el amor universal de Dios Padre.
El máximo bien que podemos hacer al prójimo es ayudarle a conseguir
la salvación eterna, pues “¿de qué le
vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” (Mt 16, 26). Las obras de misericordia nos merecen la vida eterna.
P. Jesús Álvarez, ssp