V DOMINGO DE PASCUA / C - 24. 04. 2016


Con su Resurrección venció a la muerte en la cruz 


Juan 13, 31-35

Cuando Judas salió, Jesús dijo: "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glo-rificado en él. Por lo tanto, Dios lo va a in-troducir en su propia Gloria, y lo glorificará pronto, muy pronto Hi-jos míos, yo estaré con ustedes por muy poco tiempo. Me buscarán, pero, como ya les dije a los judíos, ahora se lo digo a ustedes: Donde yo voy, ustedes no pueden venir. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que ustedes son mis discípulos: en que se aman unos a otros."

Jesús, en la inminencia de su pasión, se despide de los discí-pulos diciéndoles que, de momento, ellos no pueden ir con El a la muerte; pero, una vez resucitado, los acompañará en sus obras de evangelización y salvación a favor de los hombres, y les dará la fortaleza para imitarlo hasta el amor más grande: “Dar la vida por los que se ama” (Jn 15, 13), para recobrarla de manos del Padre.

Al recuperar la vida como él, mediante la resurrección, los discí-pulos subirán con Jesús a la gloria eterna. Y como fue para los dis-cípulos de entonces, lo será también para los de hoy y de siempre, y para nosotros, si lo imitamos como ellos.

El Maestro deja a los discípulos su testamento de amor: Ámense unos a otros como yo los amo (Jn 15, 12). San Pablo recalca: “Si no obro por amor, de nada me sirve” (1Cor 13, 1).

No se trata de un consejo, sino de un mandamiento, síntesis de todos los mandamientos. Si cumplimos ese mandato, todos los demás están cumplidos: “Ama y haz lo que quieras”, decía san Agustín. Sólo podemos salvarnos y salvar a otros mediante el amor salvífico al prójimo, anclado en el amor de gratitud a Dios.

Este es el amor verdadero que da plenitud a la vida, nos hace cristianos auténticos, felices en el tiempo y en la eternidad. Amor que da valor de salvación a nuestra vida y a nuestras obras.

El amor cristiano consiste amar al prójimo como Cristo lo ama. Ese es el amor pleno, que nos dará la fuerza para entregar la vida por quienes amamos, como nuestro Salvador lo hizo.

Este amor nos hace testigos de Cristo resucitado, presente y acogido entre los suyos unidos en la fe y el amor. En esto reconocerán todos que ustedes son discípulos míos: en que se aman unos a otros” (Jn 13, 35). Nada resulta convincente si falta el amor. Ni siquiera la Eucaristía, ya que puede hacerse escándalo, si no se celebra ni se vive con amor fraterno.

El amor cristiano (amar sin ser amados) es la característica que nos distingue de otras confesiones. Sólo el amor verdadero a Dios y al prójimo nos puede merecer la resurrección y la vida eterna. Por eso es necesario pedirlo y cultivarlo asiduamente.

P.J.A.