Con su Resurrección venció a la muerte en la cruz
Juan 13, 31-35
Cuando Judas salió, Jesús dijo: "Ahora es
glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glo-rificado en él. Por lo tanto, Dios
lo va a in-troducir en su propia Gloria, y lo glorificará pronto, muy pronto Hi-jos
míos, yo estaré con ustedes por muy poco tiempo. Me buscarán, pero, como ya les dije a
los judíos, ahora se lo digo a ustedes: Donde yo voy, ustedes no pueden venir.
Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben
amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que ustedes son mis
discípulos: en que se aman unos a otros."
Jesús,
en la inminencia de su pasión, se despide de los discí-pulos diciéndoles que, de
momento, ellos no pueden ir con El a la muerte; pero, una vez resucitado, los
acompañará en sus obras de evangelización y salvación a favor de los hombres, y
les dará la fortaleza para imitarlo hasta el amor más grande: “Dar la vida por
los que se ama” (Jn 15, 13), para recobrarla de manos del Padre.
Al
recuperar la vida como él, mediante la resurrección, los discí-pulos subirán con
Jesús a la gloria eterna. Y como fue para los dis-cípulos de
entonces, lo será también para los de hoy y de siempre, y para nosotros, si lo imitamos como
ellos.
El Maestro deja a los discípulos su testamento de amor: “Ámense unos a otros como yo los
amo” (Jn 15, 12). San Pablo recalca: “Si no obro por amor, de nada me sirve”
(1Cor 13, 1).
No
se trata de un consejo, sino de un mandamiento, síntesis de todos los
mandamientos. Si cumplimos ese mandato, todos los demás están cumplidos: “Ama y
haz lo que quieras”, decía san Agustín. Sólo podemos salvarnos y salvar a otros
mediante el amor salvífico al prójimo, anclado en el amor de gratitud a Dios.
Este
es el amor verdadero que da plenitud a la vida, nos hace cristianos auténticos,
felices en el tiempo y en la eternidad. Amor que da valor de salvación a
nuestra vida y a nuestras obras.
El
amor cristiano consiste amar al prójimo como Cristo lo ama. Ese es el amor
pleno, que nos dará la fuerza para entregar la vida por quienes amamos, como
nuestro Salvador lo hizo.
Este
amor nos hace testigos de Cristo resucitado, presente y acogido entre los suyos
unidos en la fe y el amor. “En esto reconocerán todos que ustedes son
discípulos míos: en que se aman unos a otros” (Jn 13, 35). Nada resulta
convincente si falta el amor. Ni siquiera la Eucaristía, ya que puede hacerse
escándalo, si no se celebra ni se vive con amor fraterno.
El amor cristiano (amar sin ser
amados) es la característica que nos distingue de otras confesiones. Sólo el
amor verdadero a Dios y al prójimo nos puede merecer la resurrección y la vida
eterna. Por eso es necesario pedirlo y cultivarlo asiduamente.
P.J.A.